3 de enero de 2012

Entrevistas Singulares: - El Ratón de la Biblioteca -

Reportero pensante de alguna manera ha logrado comunicación con el ratón de la biblioteca y éste le ha comunicado algo acerca de él.  Leamos:

Soy el ratón de la biblioteca.  Inverosímil y taciturno, casi ni existo.  Rondo por el jardín de las palabras y siempre florezco igual.  Toco las manos de las mujeres y esquivo la mirada férrea de algunos hombres.  Viajo por la corriente eléctrica en ocasiones y en otras por el alcantarillado, el que está al lado de la estantería.  Es chistoso, todo es chistoso en este lugar, me creen un ratón y por eso lo soy, pero no, solo soy un ratón para el ratón porque sabe dónde me escondo y ni siquiera mete las narices en mis rincones.  Esos ratones no tienen hocico, caminan tambaleados como un pez revolcándose en la arena y a pesar de tener poco pelo se despeinan fácilmente.  Llegué acá caminando, pero no tambaleado, porque iba para mi hábitat, mi nicho como se dice, mi cloaca como digo.  No me alimento de frutas o pepas.  Solo sopa para mí, sopa de olor a rincón.  No, la sopa de letras alimenta mi inteligencia y a pesar de esto no he demostrado capacidades de intelecto.  Árbol que nace torcido no se endereza.  Así es mi mente: torcida porque se me acercan y en cuestión de segundos los atiendo y despacho.  Esto no es para cualquiera, primero aguantan al ratón de la biblioteca, les digo.  Claro, los que me soportan son los ratones y comprenden mi esencia.  Están torcidos como yo.  Mi mente y mi esencia vienen a ser lo mismo, porque la una es con la otra.  Extraño caso soy.  Una vez toqué la nariz de una dama y ella se me acercó más, la lamí entonces.  Sentí sus bigotes nacientes y ella mi frío.  Eso fue excitante para los dos, en especial cuando después de dos semanas de visitas continuas y acercamientos afectuosos ella comenzó a toser como una tísica inveterada.  Ah, bella sí se veía: más se acercaba y más la enamoraba.  Esa tos era de otro mundo, no podía ser real, era una ficción por lo menos, se me asemejaba al ladrido de un león cuando baja por un peñasco hacia la rivera en busca de sus crías.  Era fantástica su forma de toser: en el primer intento la buscaba, en el segundo conservaba la esperanza, ya en el tercero si no se desvanecía su ilusión se desgarraba, como si rasgase su lengua, como si un pichón rejurgitara el alimento para sus crías.  Siempre la observaba, en su momento de angustia, cuando ya era presa de lo que producen mis besos monstruosos trataba de entenderla; aunque lo entendía todo perfectamente prefería hacerme el ingenuo e intentar todo desde el principio.  No es una técnica, no es una artimaña de conquista, solo soy el ratón de la biblioteca.  Ella me buscó y como la encontré dispuesta a todo ahora parece una vaca marina inventando una nueva telepatía.  Es simpático verla pasar unas cuantas horas deletreando palabra por palabra las páginas de un libro, mueve la boca suavemente como una niña que aprende a hablar y de pronto hace un gesto endemoniado, vituperioso y suelta una bocanada de sonidos semejantes a la risa de un payaso afónico y ebrio, y luego como el rompimiento de un bejuco reciamente chamuscado.  Siento que me enamoro pero la dama es joven y en otro rincón hay un anciano.  El sí que sabe.  Incluso he llegado a imaginar que sus respiraciones profundas son consecuencia del traquear de sus huesos, no, más bien su resquebrajar; es interesante verlo derrumbarse.  Pero más llamativo es cuando él tose: como si cogiese con sus dos manos una biblia y con toda su fuerza rasgase todas las delicadas hojas de un único tirón.  Yo no toso porque pierdo la gracia, y no es que me aguante la necesidad de hacerlo.  Simplemente no nací para que seres como yo, ratones de la biblioteca, se enamoraran de mí; por el contrario soy yo quien me enamoro del ratón para el que soy ratón.
Al fin de cuentas estas comparaciones lo pueden aburrir, señor reportero, pero como soy lo que soy para el ratón y lo que nos diferencia es la tos, me parece pertinente comparar porque así me distingo y puede saber desde dónde le hablo.  La tos es bella porque hay un corte de respiración y nos acerca al inicio del final.  Después de ella todo inicia.  Como dicen: discúlpeme, ejem.  Como le venía diciendo… Así es, la tos inicia lo que ya había empezado, como un renacer o un resucitar.  Por eso hago lo que hago.  Beso al que se deje, si usted me permite… bromeo, es su decisión.  Sus labios, creo conocerlos.  Pero sin abandonar el tema concluyo: amo lo que hago porque hago lo inevitable.  Asústese cuando deje de toser.

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