
El ratón de la biblioteca roe algunos libros. Es meticuloso en esa labor. Elige ciertas páginas haciendo un cálculo con el grosor del libro. Después de roídas deposita los restos en otras páginas, cierra el tomo y continúa. También viaja por el alcantarillado, en ocasiones asoma su hocico por las rendijas, huele a diestra y siniestra y se esconde; luego sube hasta el techo moviendo con velocidad sus patas y pisando fuerte, y vuelve y se asoma , emite un sonido leve y se dirige hacia otra esquina repitiendo su maniobra. Intenta crear una atmósfera típica de biblioteca. Solo logra la atmósfera de su biblioteca a la cual el lector se ha acostumbrado. El ratón de la biblioteca viaja por el acueducto, carga bajo su lengua algunas sobras y residuos de las páginas roídas; las cuales suelta cuando está cerca al grifo, de este modo asegura una tos interesante para el lector sediento. Al lector asiduo lo ceba, al voraz lo atosiga, al lector escritor le escupe sobre su esfero para que al momento en que lleve sus dedos a la boca, después de haber escrito, saboree el veneno de la literatura. Al lector de vanguardia se la camufla bajo su mano para que lo tome y cuando menos atento esté pueda morderle su muñeca. La tos es muy importante para el ratón de la biblioteca, siempre se asegura de que los visitantes se lleven un recuerdo del que no puedan deshacerse jamás. Es esmerado en su labor. Nunca vacila ni cavila más de lo justo. Besa a las mujeres brindando su aliento de alcantarilla y a los hombres acaricia con sus uñas mugrosas de tinta y polvo.
Bacano que hayan vuelto a publicar algo,
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