|
Tomado de: www.galeriablanc.cl |
Siento la solidez de mi cuerpo, y en él esparcido el ser que me define. Desde el cráneo soy y me defino con cada tramo enervado. Esta masa estriada es lo que soy y es quien escribe. Como un árbol con apariencia de esponja marina, mi “yo” tangible se extiende con raíces extremadamente sensibles hasta el ápice de mis dedos. Soy eso, y no soy eso, porque ese mismo órgano que soy no se totaliza a sí mismo, sin importar que haya ido aprendiendo a concebirse como el epicentro de mi identidad. Aún no me satisfago (o me rehúso a aceptarlo) y genero por tanto otra señal, ya no para que la biomáquina que me contiene tenga sexo, coma o vaya al baño, sino para que sienta allí, a la altura del pecho, desde el estómago hasta la laringe, una sensación de caída constante en un precipicio interno y sin fin; algo que se denomina “vacío existencial”.
Esa es la sensación sufrida por una consciencia1 que no tiene clara su ubicación exacta en el “todo” del individuo del que hace parte. No sabe dónde reside: si en la cabeza, en la masa latiente, vertida en el envase del cuerpo o conectado a este pero flotando en un plano invisible. Según la Ciencia, todas las emociones humanas, como el amor, el odio, el miedo, la ira, la alegría y la tristeza, están controladas por el cerebro. Dado que esto es un hecho estudiado y soportado por evidencias contundentes, toda nuestra personalidad reside entonces allí, y por tanto, aquel órgano con su lenguaje de impulsos eléctricos y todo un coctel químico de neurotransmisores y receptores, nos inventa y nos crea, definiendo lo que somos y como somos. Así, la materia orgánica, frágil y con un final escrito por el apetito de las larvas, los gusanos y las moscas, concibe un ser “inmaterial” que es capaz de proyectarse por sobre el tiempo y el espacio.
Sin embargo es difícil digerir tal idea…la idea de ser sólo eso; que nuestro innato orgullo metafísico se vea delimitado al punto de una masa nerviosa, cuando tenemos miles de años de concebirnos como seres expandidos en el cosmos, casi al punto de la inmortalidad, con los ojos puestos en los cielos y elevando nuestra existencia a otro plano, que aunque invisible e intangible, creemos más absoluto que este. De esto se han encargado muy bien todos los dogmas místicos, los cuales hemos engendrado a partir de nuestros “vacíos existenciales”, nuestra ignorancia y nuestros temores, especialmente a la muerte. De esto se siguen alimentando, aún en nuestra era de robots y máquinas autónomas, y se alimentarán hasta que llegue el día en que todos los misterios sean aterrizados por explicaciones sólidas. Así nos vamos yendo hasta perder el miedo y quedar desnudos de tabús y libres de juicios sin soporte práctico, tal vez al punto de perder nuestra esencia humana o reinventarnos en otro tipo de conciencia², como de hecho ya está sucediendo.
He llegado a pensar que nuestra consciencia, es en realidad un ser diminuto sentado en el interior de esa masa encefálica que le sirve de centro de comando. Es ese sercito inmaterial del “yo”, el que interactúa con el entorno, haciendo uso del cuerpo en el que haya despertado, y se va sumergiendo así en esta realidad a medida que experimenta el evento de la “existencia”, hasta el día en que su elaborada biomáquina deja de funcionar. Sucedido esto, toda esa estructura biológica con huesos como vigas, ligamentos como alambres, órganos como sistemas especializados, nervios como circuitos, sangre como fluido funcional y compuestos químicos como reguladores, se descompone hasta elementos fundamentales (carbono, nitrógeno, hidrógeno, oxígeno, etc.) y sabrá quién sabe quién a dónde va a parar el sercito aquel.
Hasta que la muerte nos separe, el sercito aquel que somos, controla su carnoso aparatejo, a la vez que este también lo altera y descontrola; una admirable asociación simbiótica, a veces armoniosa, y a veces caótica, entre el “yo” intangible y el cuerpo palpable. Una fusión majestuosa, a veces total, a veces parcial, entre el mundo de las ideas y el de la biología. Un matrimonio (con sus lunas de miel y sus divorcios), donde la ley del cuerpo es la de los instintos, y la de la consciencia, cualquiera que inevitablemente haya adquirido el individuo debido a la exposición a influencias de tipo social (familiares, culturales, morales o religiosas), o por elección propia, o inclusive por invención de parámetros inéditos, a veces exóticos o poco convencionales, en comparación a la conciencia colectiva que establece qué es, o qué no es lo “normal”. Como pueden ver, es más simple determinar lo que rige nuestra dimensión biológica, que precisar los múltiples efectores que nos confieren identidad, personalidad y por consiguiente individualidad. En cualquier caso, el producto final arrojado al mundo, es la suma de un cuerpo y de un “yo” intangible; eso es lo que nos encontramos realmente en el prójimo toooodos lo días, y en nosotros mismos cuando nos vemos al espejo.
Siento la solidez de mi cuerpo, y en él esparcido un ser que se define desde la subjetividad. Es más veraz la manzana del árbol cayendo, que mi propio “yo” mutable, fabricado por otros y por mí, que flota en el invisible mundo de las ideas y de las convenciones y que a veces se asoma a este mundo sólido a través de la acción corpórea. En este mismo cuerpo que tengo, podrían haber habitado mil “Kennys” distintos, si mi cerebro se hubiera desarrollado mil veces de forma diferente y si factores como mi entorno, mi alimentación, mi salud, mi contexto social y mis vivencias, hubieran sido mezcladas mil veces de forma distinta. Así, el sercito que soy, se lo debo también al azar, o a quien sea que mezcla todos los factores y decide por nosotros cómo perfilar un nuevo ser humano.
*Me permito la invención y uso de esta palabra a falta de un término en diminutivo para la palabra “SER”.
2. Consciencia con “S” es el conocimiento de sí mismo. La consciencia define al ser. Se es consciente de sí mismo y de lo que nos rodea con base a lo que uno es. Otra definición es la que asocia la consciencia a un estado de unión con la vida universal. Es una expansión continua, igual que el universo.
3. Conciencia con “C” es el conocimiento de lo que nos rodea, con base a los órganos de los sentidos. En sentido moral, el cual se emplea aquí, conciencia es la “capacidad de distinguir entre el bien y el mal” (el Pepe Grillo de Pinocho). Así, cabe en contextos como: “tener mala conciencia”, “remordimiento de conciencia”, “no tener conciencia”, etc.