21 de enero de 2014

Juego Macabro - Umberto Senegal



En una casa de dos pisos yo solo. Solo yo y frente a la casa un centenario pino. Bajo y golpeo una vez sobre la oxidada puerta de hierro. Subo. Me acuesto y pregunto desde mi cama,¿quién es? Espero tres minutos. Pueden ser más pero parecen tres minutos.Nadie responde. Bajo y golpeo de nuevo sobre la brillante puerta de cobre. Vuelvo a subir y  otra vez  me acuesto. No es insomnio. Pregunto en voz más alta, ¿quién es, qué desea? Agregué el interrogante para darle otra posibilidad de respuesta a quien pudiera hacerlo. Espero cinco minutos y me levanto tranquilo. Pueden ser más minutos pero quiero pensar que solo fueron cinco. Bajo y toco en la sólida puerta de cedro negro. Más insistente en esta ocasión. Golpeo con los pies. Subo rápido a mi alcoba y me acuesto. Decido vestirme. Tengo frío. Pregunto, ¿a quién necesita? Si es a mí no respondo. Si es a otro, tampoco. Silencio total. Repito la acción. Ahora golpeo la transparente puerta de cristal únicamente con los pies. Me lastimo. Subo y me acuesto. No miro en el reloj de la pared qué hora volvió a ser.

Me acuesto y digo, sé que es a mí a quien necesita para darme alguna grata noticia. Bajaré de nuevo y por última vez tocaré. Abriré. Debo abrir.Mientras lo hago y arrojo esos enormes candados, ingrese por la ventana y ocupe mi sitio en la cama. Entonces bajo y abro la puerta y digo en voz baja, como si alguien estuviese ahí, mi casa es tuya, tómala; mi cuerpo es tuyo, entra y ocupa los lugares que desees, de todas maneras no vivo aquí.

5 de diciembre de 2013

¿Quién es Arimaspo?


Monóculo Arimaspo no existe pero la necesidad de precisarlo se hace por conveniencia. Cada mañana urde diferentes tramas para capturar el oro que hay en el jardín de don Grifo, le parece injusto tanto oro en un lado del solar y que en el suyo haya un pelado lleno de arena y cemento. Mueve entonces la pestaña y se ondea ésta con ternura a cualquier movimiento del párpado. Hay quienes dicen que nunca llora, sólo de niño una vez lo hizo, sin embargo quienes lo presenciaron no pudieron definir, o no se percataron, por cual lado del ojo salían sus lágrimas. A partir de esta cuestión algunos afirman que Arimaspo ve la realidad corrida hacia la derecha, es decir, hacia la derecha de él; entonces es porque llora por el lado izquierdo del ojo, sin embargo otros afirman lo contrario, que sus lágrimas son diestras. En su pedazo de solar, Arimaspo suele hacerse por las tardes, saca su escritorio y dibuja inverosímiles piezas de perspectiva. Pero no acucia esto principalmente a tal. Su pensar acude constantemente a la estratagema precisa para capturar el oro que hay en el otro pedazo del solar. Debe saltar la cerca sin hacer ningún tipo de ruido, luego debe buscarlo, es obvio que el oro no está asoleándose, ni mucho menos exhibiéndose para que cualquiera lo vea. No. El tesoro en algún lugar del jardín está, y Arimaspo sabe de tal porque a don Grifo, entre charla y charla, se le han escapado ciertos comentarios, ciertos gestos, que lo develan. Pero acaso es don Grifo tan tonto como para ponerse en evidencia frente a su vecino monóculo. Sí, Monóculo Arimaspo tiene un único ojo, pero en lo demás es hombre, piensa don Grifo, hay que mantenerle una ilusión, aunque esta sea vacía. Aunque aquí no halla oro, él debe creer tal cosa. Su búsqueda lo ha topado con enormes misterios, pero está enceguecido, ha visto preciosas joyas, valiosos monumentos, espectaculares artefactos, todo esto enterrado en el solar de don Grifo. Arimaspo tantea el terreno y al tiempo trata de descifrar el enigma de esta frase, tan cotidiana en su época: no todo lo que brilla es oro, aunque caiga en ojo tuerto.

22 de noviembre de 2013

Mujer, te declaro: perdí lo macho



No deseo bajarte las estrellas porque es de cuerdos; no quiero cantarte una canción romántica porque es de cuerdos; tampoco amarte por siempre hasta la muerte, ni recitarte poemas, ni llevarte serenatas, ni regalarte flores, ni tampoco: besarte como loco, abrazarte en el frío, acariciarte en la oscuridad, verte partir y despedirme llorando.  No te haré ninguna escena romántica ni te diré que te amo por lo que eres.  Prefiero más bien decirte día por día cuál parte de tu cuerpo me va gustando; luego decirte cual parte de tus sentimientos me va atrayendo y amarte fragmentariamente, analíticamente, porque desafortunadamente soy tan hombre que hasta perdí lo macho.  Un día comentaré que hay un pedazo de tu querer incómodo porque me obliga a hacer lo que no quiero, y además me implica un esfuerzo mayor y las energías hay que economizarlas.  Todo ahorro es una salvedad.  Quisiera estar loco para amarte de a pedazos y a cada pedazo descomponerlo infinitamente, porque es menos difícil querer a un átomo de mujer que a ti completa.  Por eso trabajo arduamente en la locura, cavilo, reflexiono, río solo, golpeo las paredes y después me arrastro en ellas, me despeino y hablo con el espejo del importante asunto de la fotogenia porque quisiera estar loco.  Pero no un loco cualquiera, uno específicamente: uno fragmentado.  No hay mayor placer que el despedazamiento propio, a tal situación le he iniciado una nueva tarea: El Auto-despedazamiento Exponencial y Proyectado.  Consiste en el análisis propio y cada vez más profundo hasta llegar a la más minúscula partícula que conforma nuestra corporeidad, y de este modo lograr el énfasis espiritual, porque mente sana, cuerpo sano.  Qué quiero decirte: hay muchas razones para amarte cuerda y lentamente, pero algo me ata, algo me impide ser tu principito, algo me llama a querer ser loco.  Quisiera estar loco y ser un fragmento de tu cuerpo, ser un pedazo de ti y sentir cómo corre la sangre por tus órganos y así conocerte pedazo a pedazo. Como a un jarrón roto te amo.  Hay una nostalgia, muchos recuerdos y mucho por pegar y reconstruir, pero, a ver, quién se atreve a recomenzar lo destruido, pocos lo hacen y como quisiera estar loco, en realidad no me interesa ser diferente, ser especial.  No.  Yo no te digo te amo con el pecho compungido, con la voz rota y las piernas flaqueantes, ni siquiera con las manos trémulas imploro algo de tu querer porque ya sé que no te interesa quererme, y como nada especial eres no hay por qué amarte.  Solo amo tu cariño intermitente, tus adorables expresiones de ternura cada tres meses, tus palabras mordaces de vez en cuando y todos los sentimientos que me expresas de época en época.  Tú no eres nada de eso, eres un caso excepcional de mujer: amo lo que sale de ti y no lo que hay dentro de ti; de vez en cuando también amo tu cuerpo, inevitablemente soy hombre, sí, pero como lo soy tanto a veces se pierde mi macho y es en esos momentos de perdición cuando amo lo que nunca sueles ser.  Amo lo que no eres y te pido un favor: no seas más.




3 de noviembre de 2013

Instrucciones para realizar un lavatorio sin utilizar las manos



Amanda nunca las ha leído. Piensa que quien lee pierde. Por aquello de dudar.  Entra fumando al cuarto de baño. Hace lo que tiene y sale. La descubrí, y eso que es rápida. Abrió la puerta: un vaporoso hálito a herrumbre exhaló el cuarto. Una húmeda fetidez con dejos de cusca lo aseveran. Salió sonriendo. Pero con la sonrisa al revés para que no se cayera el cigarrillo de su boca. Tiene sus manos libres y sin embargo no las emplea. Se las sacude chocando una con otra. Ella es victoriosa. Acaso pasó lo que imagino. Yo también lo he intentado, pero en otras actividades. He escrito con el bolígrafo en la boca. He pintado con el pincel en los pies. He leído con el libro entre los codos. He fumado sin soltar el cigarrillo de mi boca. Pero hay situaciones que deben de ser como siempre han sido. Ella huele a jabón humedecido. Está limpia. Sus manos intactas. Incluso, sin olor alguno. Creo que es cuestión de práctica. Por eso es que más sabe el diablo por viejo.

27 de octubre de 2013

Despedida - Jacobo Betancur Peláez



Simplemente no podían escapar, estaban atrapadas en medio de esas asfixiantes fauces. Ese río que horas atrás corría casi como un lago se había vuelto turbio, feroz e inmenso.
Vio como se le iba el alma con ella. No pudo resistir más. Esas pequeñas manos se deslizaron de una forma tan agónica, que parecía inminente su muerte.
Sus ojos no lo olvidarían nunca. Esa maldita impotencia de ver a su hija envuelta en un capullo del que jamás saldría, verla luchando por el aire, ver sus diminutos ojos barnizados de temor buscando ayuda. No pudo hacer nada, ni siquiera saltar con ella y unirse a ese vals frenético con la muerte.

Después de ese día se iría apagando lentamente. Eloisa había perdido a su hija de cuatro años. El tiempo nunca borró de su cabeza el olor a selva. Era inevitable, esa fusión entre la humedad, el calor y la putrefacción, tan penetrante que todas las noches antes de dormir lo habría de sentir.

Se supo despierta una madrugada  sin poder dormir. Se preparó un café y abrió su ventana. Eran las tres de la mañana, hacía frío y su apartamento aún estaba en penumbras: esa vez no le importó nada, se sentó en la cornisa de su ventana y comenzó a beber su café de a sorbos pequeños, sus ojos se deslizaban por el horizonte silencioso de la ciudad. Vio  la luna quieta y brillando con fuerza, se sumergió en el vacío glacial del firmamento. Observó con detalle cómo las calles diseñadas para un frenesí de automóviles y peatones estaban vacías, alojando  la brisa y  un silencio que parecía infinito. Vio como las luces de la montaña formaban un mosaico titilante que se abría ante sus ojos y ante el cielo.

Esta vez no tenía ningún afán, ninguna excusa, eran solamente ella y la noche. Estuvo así por más de una hora. Luego bajó de la ventana y abrió un vino que tenía guardado para una ocasión especial. Se sentó en el suelo, se sirvió una copa y encendió la radio.
Escuchaba su emisora preferida que emitía Jazz toda la noche.
Se acostó por completo y dejó que ese néctar añejo semiseco jugueteara con su paladar. La música, llena de pasión, la mecía. Empezó a quitarse la ropa con suavidad hasta quedar  desnuda en el crepúsculo. Sin ninguna prisa, flotando en el aire, fue a la ducha.

Cada gota, víctima de la inercia, caía y se esparcía por su piel como un bálsamo lavador de recuerdos. Esa noche Eloisa se envolvió en un capullo, igual que su hija hizo hacía tanto tiempo, solo que esta vez salía de sus venas. Cuando el sol salió supo que esa tormenta carmesí de donde brotaba su espíritu bailaría para siempre ese vals al que su hija  se había unido.  

Despertó… Era demasiado cobarde para soñarlo.

22 de octubre de 2013

Sor Dora y Sor Cleta


Imagen tomada de: https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiWIA0BgJ4o_NmuCDOu_7kaTkGc9GuKBp457UCu7OhbFexU92H9NbpHhX7UngwKka0U9QEHSDucsoAPq-bNz4xtKoaB8J2owfeHUSLPEWniNbsp2X2LVxek3cPU1nYy3ZROFJHOaKXaPGc/s1600/3876406104_faedf85e7f.jpg

La hermana Dora, ha participado en varios encuentros religiosos. Se han realizado en nuestra ciudad.  El transporte de un encuentro a otro ha sido el asunto más complicado que ha debido enfrentar y por eso ha pedido a su Señor ayuda, pues más que dinero para los pasajes, se ha visto necesitada de paciencia y energía.  Los trancones le han hecho perder el control, bajarse del bus y salir corriendo hacia uno u otro lugar de encuentro.  Pues se ha convencido de que en esta ciudad es más fácil llegar a pie a cualquier lado que montado en algún vehículo.  Excepto una bicicleta.  De todos modos Sor Dora no viajará en bicicleta por cuestiones de hábito. El llegar agitada a sus encuentros requiere una dosis adicional de paciencia para sosegarse y limpiarse el sudor a medida que entra en el recinto y comienza a prestar atención a las palabras de los ponentes. Para colmo, luego de la conversación y exposición de temas, llega el momento del silencio. Su cuerpo reclama entonces las energías invertidas en las correrías y que inicialmente estaban presupuestadas para mantener la calma, el equilibrio y la compostura en ese instante de luz. Su iluminación terminaba en oscuridad. Y así hubiera terminado su temporada de encuentros religiosos de no ser por una valiosa conclusión que validó en la temporada siguiente, fortaleciendo así el ímpetu espiritual.  Por eso fue que cambió sus hábitos por prendas cómodas. Pensó ella: el hábito no hace al monje. Con el dinero que gastaba en los pasajes de bus adquirió una bicicleta.  Y aprendió a llegar temprano con paciencia y energía a sus encuentros religiosos.  Amarró el tiempo a un par de piñones.  A su bici la llamó “Sor Cleta”, lo que quiere decir hermana Cleta.  Y agradeció a Dios por tan maravilloso invento, que le ha permitido poner el tiempo a su favor para dar más a su entorno. En una ocasión respondió así a la pregunta por su medio de transporte: esto de empujar el pedal es como estar en religión, como tener mística.  Junta el cuerpo y el alma.

Por:
Alejandro Vega Carvajal.

17 de octubre de 2013

Enfermedad Literaria


Una lectora de Leardeante, muy angustiada, nos escribe y nos comenta que un virus altamente contagioso, degenerativo y mortífero se viene propagando dentro de la literatura colombiana y sus best sellers: la anomia. Los síntomas más frecuentes de esta enfermedad son el narcotráfico, la prostitución de alto rango, el sicariato y el secuestro. Ella nos habla de una de las primeras víctimas de este virus, la novela La virgen de los sicarios del polémico escritor Fernando Vallejo. Pensamos que la lectora en realidad estaba hablando de una literatura “anémica” y que no era para alarmarse tanto, pero luego de varias pesquisas nos dimos cuenta de que tenía razón, sin embargo, el paciente que ella menciona presenta una sintomatología que, aunque es similar, no corresponde exactamente a la del virus de la anomia. A continuación el doctor Leardeante da su opinión con respecto al tema. 


Señorita X, no se alarme. La virgen de los sicarios más que un inventario de crímenes de toda índole es una historia de amor marcada por la fatalidad; sin embargo clasificar dicha obra como una love story resulta peligroso debido a que el homosexualismo, la complicidad criminal y el carácter pederasta de sus protagonistas le dan un matiz diferente al propio de los romances tradicionales cuyos amantes sufren miles de limitaciones para estar juntos o de los pícaros cuya alianza se da en torno al delito. La fatalidad a la que están supeditados sus personajes no está dada en términos de la imposibilidad de tener al lado al ser amado o de los miles de infortunios por los que hay que pasar para lograrlo. No. La fatalidad de La virgen de los sicarios radica en que Fernando y Alexis, protagonistas de la novela, están, consciente e inconscientemente, sumidos en una sociedad en la cual la pobreza, el crimen y la muerte se hacen tempranamente inherentes, razón por la cual, la obra no revela una ausencia de normas o “estado anómico” sino un estado de transculturación en la cual se vienen perdiendo los valores o estos se cambian por otros que “no valen” y en la que el amor, polémicamente homosexual, es el único –o al parecer el último- valor. De manera que el diagnóstico de anomia en La virgen de los sicarios resulta pleonástico e infructífero, a no ser de que la pretensión irónica del autor sea revelada por el lector y este entienda que en dicha obra, en la cual el crimen es la ley, la verdadera anomia la constituye el ideal del bien y de la esperanza, hoy inexistente en los jóvenes y muerto en los viejos. Gracias por su fiel lectura.

24 de septiembre de 2013

Ficciones Etimológicas

Definida la ficción etimológica: el resultado de indagaciones erróneas en las raíces de las palabras.
Aunque el investigador reconoce su falla continúa, porque es presa de una pasión diferente, la pesquisa de un mundo extrañamente imposible.

Se da paso a las propuestas que nuestros reporteros han realizado, porque la ficción crea realidad, mucho más cuando se esconde tras los sustentos de lo que creemos verdadero.

Las tradiciones de mi familia consisten en la traición personal para obtener el bien comunal, de este modo llevamos a través de generaciones lo que nos es inherente pero no nos pertenece.
En el árbol genealógico de mi familia corre la sangre de la traición.  No somos quienes deberíamos ser; cada día devenimos una esencia que brota de nuestras raíces, regadas por todos aquellos quienes desean consumirnos; de tal modo, a medida que nos siembran necesidades aquellos van saciando las propias.  Es decir, en mi árbol familiar ya no nacen bebés y hombres del mañana, se producen necesidades impropias para satisfacer necesidades inventadas.

Monólogo de una mujer esperando a que el agua hierva - Alejandro Vega Carvajal

Imagen tomada de: weblogs.clarin.com/data/estas/archives/cocina%20del%20chaco.jpg

Esperando a que el agua yerva se me ha ocurrido una carajada.  Una surronada como decía el Vítor.  Ay, como él decía.  Mi mijito está muy solo desde que su taita se nos fue.  Ya él parece otro.  Me refiero a mi mijito, a Bairon.  No yerve el agua en esta verraca estufa.  Tiene más fuego mi cuerpo y eso que está frío, atolondrado.  Estoy pasmada.  Es que, vea pues le cuento: estoy buscándole un papi al Bairon, pero no cualquiera, un papi rico que me haga sentir rica.  No estoy pensando en la neta.  Nunca la he tenido en cuenta, es que, definitivamente, lo que no es para uno para qué buscarlo.  A la neta me le hago la bruta…desde que tenga para el huevo diario, y el par de papas de vez en cuando, me acuesto tranquila.  Lo siento es por Bairon.  Él tan inocente, tan indefenso, tan tierno.  Tan sonso y tan güevón.  Con diecisiete años y no se ha machacado ni las manos.  Digo, machucar.  O como se diga.  El caso es que… es que… él es muy solo.  Un cusumbo solo.  Pobrecito del Bairon.  Debería hacer que su agua yerva.  Que la ponga en bajo por lo menos.  A ver si algún día se le prende esa vergüenza.  La que tiene colgando.  La que tienen todos los muchachos.  La que tienen el Jose, el Santiago, el Guille.  Ay, la que tenía el Vítor.  Por qué te fuiste.  Te largaste.  Agradecé que te fuiste para el cielo.  Si no, aquí te paría mil veces, mal nacido.  De para atrás.  Al revés.  Por los pies.  De nalgas.  Enroscado.  Y así infinitamente hasta llegar a mil.

Esta estufa no va a calentar.  Ni siquiera la olla de agua; mucho menos a mí.  Pero si me siento en ella me friego la nalga y sigo pasmada.  Fría y cagando maluco.  No faltaba sino eso.  Ay, Bairon, mijito.  Mi culicagado hermoso.  Voy a buscarte un papá.  El que mejor me yerva.  Que me haga yerva buena.  Que sea bien desvirgonzado.  Eh, cómo es que se dice: ¿desvirgado? Ah, no: desvergonzado.  Que hable de todo.  Incluso que toque temas sensuales.  Digo, sexuales.  El caso es que toque el sexo.  Pero que lo sepa tocar.  

Ay, Bairon, mijito, venga cuide esta agüita que ya vengo.  Espere a que el agua yerva y apaga esa estufa.  Pero esté pendiente que si no, toca volver a empezar.  Y Don Jacinto ya… digo, quiero decir, voy donde Jacinto por unos huevos para el caldo y ya vengo.  Espéreme a ver

El Sercito* - Kenny Cristian Díaz Bayona

Tomado de: www.galeriablanc.cl

Siento la solidez de mi cuerpo, y en él esparcido el ser que me define. Desde el cráneo soy y me defino con cada tramo enervado. Esta masa estriada es lo que soy y es quien escribe. Como un árbol con apariencia de esponja marina, mi “yo” tangible se extiende con raíces extremadamente sensibles hasta el ápice de mis dedos. Soy eso, y no soy eso, porque ese mismo órgano que soy no se totaliza a sí mismo, sin importar que haya ido aprendiendo a concebirse como el epicentro de mi identidad. Aún no me satisfago (o me rehúso a aceptarlo) y genero por tanto otra señal, ya no para que la biomáquina que me contiene tenga sexo, coma o vaya al baño, sino para que sienta allí, a la altura del pecho, desde el estómago hasta la laringe, una sensación de caída constante en un precipicio interno y sin fin; algo que se denomina “vacío existencial”.

Esa es la sensación sufrida por una consciencia1 que no tiene clara su ubicación exacta en el “todo” del individuo del que hace parte. No sabe dónde reside: si en la cabeza, en la masa latiente, vertida en el envase del cuerpo o conectado a este pero flotando en un plano invisible. Según la Ciencia, todas las emociones humanas, como el amor, el odio, el miedo, la ira, la alegría y la tristeza, están controladas por el cerebro. Dado que esto es un hecho estudiado y soportado por evidencias contundentes, toda nuestra personalidad reside entonces allí, y por tanto, aquel órgano con su lenguaje de impulsos eléctricos y todo un coctel químico de neurotransmisores y receptores, nos inventa y nos crea, definiendo lo que somos y como somos. Así, la materia orgánica, frágil y con un final escrito por el apetito de las larvas, los gusanos y las moscas, concibe un ser “inmaterial” que es capaz de proyectarse por sobre el tiempo y el espacio.

Sin embargo es difícil digerir tal idea…la idea de ser sólo eso; que nuestro innato orgullo metafísico se vea delimitado al punto de una masa nerviosa, cuando tenemos miles de años de concebirnos como seres expandidos en el cosmos, casi al punto de la inmortalidad, con los ojos puestos en los cielos y elevando nuestra existencia a otro plano, que aunque invisible e intangible, creemos más absoluto que este. De esto se han encargado muy bien todos los dogmas místicos, los cuales hemos engendrado a partir de nuestros “vacíos existenciales”, nuestra ignorancia y nuestros temores, especialmente a la muerte. De esto se siguen alimentando, aún en nuestra era de robots y máquinas autónomas, y se alimentarán hasta que llegue el día en que todos los misterios sean aterrizados por explicaciones sólidas. Así nos vamos yendo hasta perder el miedo y quedar desnudos de tabús y libres de juicios sin soporte práctico, tal vez al punto de perder nuestra esencia humana o reinventarnos en otro tipo de conciencia², como de hecho ya está sucediendo.

He llegado a pensar que nuestra consciencia, es en realidad un ser diminuto sentado en el interior de esa masa encefálica que le sirve de centro de comando. Es ese sercito inmaterial del “yo”, el que interactúa con el entorno, haciendo uso del cuerpo en el que haya despertado, y se va sumergiendo así en esta realidad a medida que experimenta el evento de la “existencia”, hasta el día en que su elaborada biomáquina deja de funcionar. Sucedido esto, toda esa estructura biológica con huesos como vigas, ligamentos como alambres, órganos como sistemas especializados, nervios como circuitos, sangre como fluido funcional y compuestos químicos como reguladores, se descompone hasta elementos fundamentales (carbono, nitrógeno, hidrógeno, oxígeno, etc.) y sabrá quién sabe quién a dónde va a parar el sercito aquel.

Hasta que la muerte nos separe, el sercito aquel que somos, controla su carnoso aparatejo, a la vez que este también lo altera y descontrola; una admirable asociación simbiótica, a veces armoniosa, y a veces caótica, entre el “yo” intangible y el cuerpo palpable. Una fusión majestuosa, a veces total, a veces parcial, entre el mundo de las ideas y el de la biología. Un matrimonio (con sus lunas de miel y sus divorcios), donde la ley del cuerpo es la de los instintos, y la de la consciencia, cualquiera que inevitablemente haya adquirido el individuo debido a la exposición a influencias de tipo social (familiares, culturales, morales o religiosas), o por elección propia, o inclusive por invención de parámetros inéditos, a veces exóticos o poco convencionales, en comparación a la conciencia colectiva que establece qué es, o qué no es lo “normal”. Como pueden ver, es más simple determinar lo que rige nuestra dimensión biológica, que precisar los múltiples efectores que nos confieren identidad, personalidad y por consiguiente individualidad. En cualquier caso, el producto final arrojado al mundo, es la suma de un cuerpo y de un “yo” intangible; eso es lo que nos encontramos realmente en el prójimo toooodos lo días, y en nosotros mismos cuando nos vemos al espejo.

Siento la solidez de mi cuerpo, y en él esparcido un ser que se define desde la subjetividad. Es más veraz la manzana del árbol cayendo, que mi propio “yo” mutable, fabricado por otros y por mí, que flota en el invisible mundo de las ideas y de las convenciones y que a veces se asoma a este mundo sólido a través de la acción corpórea. En este mismo cuerpo que tengo, podrían haber habitado mil “Kennys” distintos, si mi cerebro se hubiera desarrollado mil veces de forma diferente y si factores como mi entorno, mi alimentación, mi salud, mi contexto social y mis vivencias, hubieran sido mezcladas mil veces de forma distinta. Así, el sercito que soy, se lo debo también al azar, o a quien sea que mezcla todos los factores y decide por nosotros cómo perfilar un nuevo ser humano.
                                                                                               
*Me permito la invención y uso de esta palabra a falta de un término en diminutivo para la palabra “SER”.
2. Consciencia con “S” es el conocimiento de sí mismo. La consciencia define al ser. Se es consciente de sí mismo y de lo que nos rodea con base a lo que uno es. Otra definición es la que asocia la consciencia a un estado de unión con la vida universal. Es una expansión continua, igual que el universo.
3. Conciencia con “C” es el conocimiento de lo que nos rodea, con base a los órganos de los sentidos. En sentido moral, el cual se emplea aquí, conciencia es la “capacidad de distinguir entre el bien y el mal” (el Pepe Grillo de Pinocho). Así, cabe en contextos como: “tener mala conciencia”, “remordimiento de conciencia”, “no tener conciencia”, etc.