26 de febrero de 2012

- Fabulosas Correspondencias -


Querida ave, me ha sido imposible aventajarla en su vuelo, a pesar de sus clases teóricas acerca de cómo despegar las patas de la tierra manteniendo la boca a la altura de las hierbas, sigo atado a los senderos maltrechos en los que siempre me he desperdigado.  Deseo y he intentado navegar por los cielos de este pensamiento divino, de esta creación magnífica que a veces siento sacada de un cuento ficcional e inverosímil.  Pero no me es dado reconocerme como una falacia, pues día a día me siento real, casi una verdad.  Ya verás los diferentes métodos y máquinas ingeniadas por mí para alzar vuelo; antes debo confesarle lo difícil de mantenerse en pie cuando uno desea abrir las alas de la cabeza, pero cómo surcar el viento cuando a duras penas se puede patalear.  Señora ave, vea a mis intenciones de aprender de usted como una loa a su inmensurable locuacidad, a su inenarrable carcajada y a sus destellos de ingenio en momentos de oscuridad.  Ya no soy chico, un polluelo diría usted.  Han crecido mis pensamientos y con ellos mis intenciones.  Mi mente se ha abierto, sus alas también, no sus piernas.  Véame pues, ave: primero me tiré de varios árboles de diferentes alturas con un planeador sobre mi cabeza; también me arrojé al vacío desde ese peñasco donde la otra noche miramos la luna, armé cuatro hélices y las instalé en mis extremidades.  Soñé que volaba.  Pero lo más parecido fue cuando nadé en el lago la otra noche, después de que charlamos un par de horas, ese sí fue un viaje.  Luego le susurré que usted era una volada, porque así como es, tremendos viajes se ha hecho; tremendos paseos los que me ha contado.  Como el del cementerio indígena, o el de los dos fantasmas filósofos texanos que discutían sobre la sustancia y lo etéreo; o aquella ocasión que me habló de esos homúnculos gaseosos que se abatían por una lámpara de cobre.  Debo reconocer que es un ejemplo para mí, no olvidaré esa noche cuando entramos en la casa abandonada y de repente usted se paró en frente mío.  Vi la luz de la luna que entraba por la ventana y reposaba en su silueta; usted parada en una pata sostenía su enorme cuerpo lleno de grasa y plumas, la otra pata sostenía el pucho, que de a pocos llevaba a su pico.  Me quedo con esa imagen suya, en la penumbra la observaba volar, su silueta enmarcada en la ventana es mi mejor recuerdo de todos sus vuelos.  Es más, aún recuerdo sus palabras, aquellas que reiteraba cuando alejaba el pucho de su pico, aquellas que aún responden a todas mis preguntas metafísicas y existenciales: aquel viejo lo dijo, solo soy cuando nada soy.

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