Óscar Monteiro, con una hoja en blanco sobre el escritorio y un esfero en la mano, se puso a pensar. Recibir el Nobel. Atender llamadas de periodistas, amigos y familiares. Recibir felicitaciones. Dar entrevistas, conferencias. Alquilar un traje para la ocasión. Firmar autógrafos, libros. Hacer dedicatorias. Recibir aplausos. Hablar por un micrófono. Escribir un texto a la altura del evento. Hablar de política, de literatura, del próximo libro… Dejó de pensar.
Fue por un café a la cocina y ante el sonido incisivo del teléfono decidió desconectarlo. ¡Qué esperarán! Se sentó de nuevo en la silla, ante la hoja y el esfero, y continuó pensando. Escoger las palabras para ese día. Posar para las fotos. Leer un fragmento de la obra. Soportar aplausos, que lo llamen escritor, maestro. Responder preguntas. Soportar el ego… Fue al baño.
Antes de volver al escritorio para continuar con su tarea, colgó el teléfono, observó la biblioteca, la repasó por un momento. Se sentó a pensar. Las comparaciones, las críticas, las envidias, la competencia, las editoriales, los editores, los amiguismos, las publicaciones, los concursos, las tertulias, las ferias del libro, los rankings, la fama, el olvido… Dejó de pensar.
Encendió un cigarrillo. Agarró fuerte el esfero, recostó el codo sobre la mesa, acomodó la hoja. ¡Ahora sí! escribiré mi máxima, dijo en voz baja. Pero antes pensó. Escribir un cuento. Meses y meses. Escribir un libro. Años. Terminarlo. Leerlo. Releerlo. Corregirlo. Escuchar a los amigos. Darle la bendición. La editorial. Esperar meses la respuesta. El no. La imprenta. Desear dinero. El sí. Firmar el contrato. Ver cómo amputan el libro… Decidió no pensar más.
Sorbió el último trago de café, apagó el cigarrillo en el cenicero y, antes de irse a dormir, ¡ahora sí!, escribió: “Óscar Monteiro decide no ser escritor, no es capaz, le faltan agallas, le da miedo. Óscar Monteiro seguirá siendo crítico”. Se levantó del asiento, guardó el esfero y la hoja en el cajón, cogió el libro de Fernando Alí (que mañana destrozaría) y se lo llevó a la pieza.
Por Fernando Alí
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