12 de julio de 2012

Vacía Orbe


Ilustración Ángela Rojo
Estoy perdido, he buscado en lo profundo de esta tierra la solución a mi camino.  Con el paso de los días me hundo más y ya no soy el único, hay otros a mí alrededor.  Juntos miramos la luz que brilla tras las montañas; no sabemos qué tipo de luz es, sin embargo la seguimos porque es la única señal, porque es lo más lejano y después de ella, creemos, no hay nada más.  Tan solo oscuridad y es lo mismo.  La vemos porque tenemos esperanza, porque guardamos el aliento para el momento de la huida.  A veces he sentido flaquear mis fuerzas, como si esta pelea se hubiera perdido.  Hablo de mi lucha personal, todos han llegado aquí por su propia lucha personal y eso nos ha destruido; éramos más fuertes de lo que pensábamos y terminamos derrotados, es absurdo derrotarse a sí mismo, pero acontece y aquí estamos derrotados por nuestro propio ser.  Somos victimas del egoísmo, de nuestro propio silencio y de los deseos de autosuficiencia.  Este lugar es macabro porque ni siquiera reconocemos qué lugar es, si fuera el infierno lo sabríamos y por lo menos conoceríamos dónde tenemos nuestros pies.  Pero este sitio es escondido, no sé explicarlo: en ocasiones me siento arrojado por fuera de mí, de mi planeta e incluso de mi universo; de pronto me acongojo y entonces siento que he excavado en mi propio corazón y me he escondido allí, donde nadie pueda verme.  Entonces pienso, si estuviera dentro de mí no habría intrusos, no habría más condenados; y de repente recuerdo mis invenciones, mis fantasmas, tantos seres que me han agobiado.  Me culpo por convertirme en un fantasma de mí mismo, pero tal cavilación puede ser un artilugio también.  He intentado mirar hacia atrás, pero no es posible hacerlo, a pesar de girar mi cabeza nada se ve.  He imaginado en aquella oscuridad a un gigante, una enorme bestia que hace oscuridad, fabrica una humareda negra que se ha ido apoderando de nuestro entorno.  Esa oscuridad movediza ha ido alcanzándonos, antes tan lejana y ahora quiere ahogarnos y consumirnos.  Las emanaciones de la bestia nos han quemado, somos una carne sombría, quemada, nuestros ojos aún conservan un poco de destello, porque hasta en la calamidad más grande quienes entablan la lucha personal conservan la esperanza.  Aún hay quienes lloran y ellos mantienen mayor vivacidad a pesar de que el contacto de sus lágrimas con la carne sea doloroso.  Creo que es ese tipo de dolor que mantiene viva a la gente allá donde deben existir tranquila y apaciblemente, pero en este lugar duele.  He pensado varias veces que los que lloran son quienes existieron y nosotros sus fantasmas.  Puede que mi vida sea una mera invención de otro, pero su miedo ha llegado hasta mí.  Porque el mero respirar de esa bestia amedrenta, su hálito nos envejece.  Me imagino al
gigante tragándose la sangre de nuestro planeta, secando nuestra tierra, alimentándose de nuestros líquidos.  En el otro extremo la luz se hace intermitente, parece que viene y va hasta cierto punto de este valle entre las montañas y del mismo modo va hasta un inexistente espacio más allá de la cordillera; pero acaso es posible que la luz viaje donde nada hay.  De pronto la luz explota y comienza a devorar el cielo y a nuestras espaldas la oscuridad cede, sin embargo aquel árbol se desaparece ante tal iluminación y no lo vemos más, luego todo desaparece a nuestro alrededor, incluso nosotros mismo porque todo se hace día, un haz insoportable.  Nuestra estadía en este lugar se hace imposible.  Ahora todos flaqueamos, nunca creíamos que nuestra esperanza se volviera sobre nosotros y nos absorbiera.  Comienzo a escarbar la tierra, tal vez pueda hundirme un poco más, encontrar un poco de oscuridad propia, porque tanta fuerza, tanta energía me ha empalagado.  Debo reconocer que los que estamos aquí somos fuertes y soportamos grandes cantidades de dolor y de fastidio, de vituperios y angustias, por eso siempre buscamos un escape a la salida anterior, de este modo siempre nos hundimos.  Nuestras luchas personales son autodestructivas porque nuestro cuerpo es nuestra única arma.  Así que con uñas y dientes, hasta con los codos, escarbo la tierra seca y dura en busca de algún lugar frío y oscuro.  He comenzado a bajar y he sentido a otros hacer lo mismo, sin embargo el haz penetra rápidamente por nuestros trayectos y no nos abandona.  Continúo a tientas, bajando a tientas, escarbando a tientas, me pregunto a tientas si no era mejor no resistirme a mí mismo y dejarme fluir.  Dejarme llevar por mí mismo y evitar estos tipos de sufrimientos.  Qué va.  De pronto toco algo duro y metálico, se desliza ligeramente por debajo de mí, por debajo de la piedra en que me mantengo.  Creo que es una mano de la bestia, siento un vacío dentro de mí y otro en su mano, es fría y enorme.  Espero a que termine de deslizarse y me arrojo por el socavón que ha fabricado.  Hundirme así es mucho más sencillo.  Para el fondo falta demasiado y sin embargo me veo incapaz de llegar, tal vez deba descansar, dormir un poco en esta orilla.  Es imposible dormir, imposible descansar y aun así sé que nunca llegaré al final, porque tal fondo, el que está dentro de mí, es inalcanzable; igualmente sucede con el que está por fuera de mí.  Cada instante que pasa me siento más en el medio, como si en realidad no avanzara hacia algún extremo.  Siempre avanzo hacia algún meridiano y me traslado de meridiano en meridiano.  ¿Tan difícil es tocar fondo? ¡siempre que creo estar cerca a mis sentimientos me dicen: eres meridiano!


Por Reportero Pensante

Ilustración Ángela Rojo

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comentar...