Renunciar a todo acto solemne ya es un recaer. Hacia abajo hay mucho fondo, al igual que hacia cualquier dirección porque abajo es donde hay un sitio y de alguna manera llegamos a él. Todos recaemos. Ese hado inexorable de andar recayendo lo heredamos de nuestros ancestros, ellos también recaían, a su manera lo hacían, a diferencia de nosotros, no tenían cara de gravedad. ¿Desde cuándo empezó eso de la cara grave, es decir, quiénes fueron los primeros en tenerla? Esa pregunta luego intentamos responderla, por ahora centrémonos en las recaídas. Hay una cuando bajamos y no tocamos fondo, cuando tocamos el suelo y aún no sentimos la caída porque el golpe no avisa, cuando reconocemos que andar cayendo es algo más que decir que del suelo no se pasa, porque la caída sigue por dentro. Para adentro la caída es infinita porque hay una fuerza interior que jala, arrastra nuestro ser y no conforme con ello se lleva también nuestra piel, nuestros órganos y huesos hasta convertirnos en un pedazo de espíritu desnudo. Nada más patético. En ese momento de desnudez, de parcial estadía en el mundo no se puede pensar como comúnmente se hace, porque esa forma de razonar está estrictamente ligada al cuerpo: cuerpo sano, mente sana. Pero encontramos la opción de pensar gritando, una nueva forma de llevar a un límite desconocido las posibilidades de la imaginación. Sin embargo para lograr este grito, la desnudez debe ser total y el espíritu deberá estar liberado de todo atavío. Las vestiduras son demasiado protocolarias para el nuevo grito, igualmente los adornos y las joyas. Comenzamos con una mirada hacia adentro, buscamos nuestro vacío más grande y al lado de ése nos acomodamos, bien en la orilla de modo que al momento de lanzarnos no haya posibilidad de arrepentirnos ni de agarrarnos de algún sobresalto o tumulto. Eso sí, antes de operar dicho salto debimos haber tomado la decisión de ser nada, de existir por el mero hecho de existir: agarrarnos del vacío. Luego podremos arrojarnos tranquilamente y empezar a caer hasta lograr el recaimiento, así jalaremos nuestro propio cuerpo hacia esa gran oquedad de modo que de a pocos no habrá necesidad de volver a mirar hacia afuera y tampoco de usar prendas de vestir, ni de peinarnos ni maquillarnos la boca y los ojos. Porque mirando hacia adentro el paisaje cambia abruptamente. Cuando alcancemos una gran distancia y una buena velocidad de caída se podrá iniciar la práctica del pensar gritando, así realizaremos nuestros primeros gorjeos, nuestros primeros gruñidos y aprenderemos a abrir la boca sin ahogarnos. Después, cuando dominemos esta técnica podremos hacer insipientes inquisiciones, retoñar nuestros primeros pensamientos y reunirlos de un modo placentero y conmovedor. Completada esta fase podremos decir que empezamos a recaer, tal como un auto recaía hacia el asfalto, como un cohete a la luna, como el avión al cielo y como el buque al agua, del mismo modo que recayó la manzana al prado y después a la mano de Newton y de ahí a la historia de la humanidad, así también lo hicieron las guerras, las hambrunas, las pestes, las catástrofes, y así también, el hombre. Pero todos esos recaimientos eran hacia el exterior, ahora hemos comenzado uno infinito. Luego, emitimos nuestro primer pensar gritado, suena vulgar y horrendo, proferimos los siguientes y suenan igual de vituperiosos. Así comenzamos nuestros improperios porque gritar, ni siquiera cayendo, hay que ir más allá y por eso renunciamos.
Por Reportero Pensante
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