12 de julio de 2012

Newton y la Prisca Sapientia * - la reconstitución de la prisca sapientia como ideal del conocimiento newtoniano

De acuerdo a mi investigación, el eje articulador de la reconstitución del conocimiento es la unidad de La Verdad, que se ve garantizada por la unidad de Dios.
    
El conocimiento verdadero era todo, en cierto sentido, un conocimiento de Dios; la Verdad era una, estando garantizada su unidad por la unidad de Dios. La razón y la revelación no estaban en conflicto sino que eran suplementarias. Los atributos de Dios estaban grabados en la Palabra escrita pero se reflejaban también directamente en la naturaleza de la naturaleza.

   Me refiero a que, para Newton, los antiguos poseían el conocimiento perfecto, prisca sapientia, sobre la naturaleza, pero además, conocían de qué manera actúa Dios sobre la creación, prisca theologia, y tenían el conocimiento de la moral perfecta; encontrándose estos elementos articulados en la revelación divina. Es decir, es La Verdad que se presenta como única, ya que se refiere, precisamente, a la unidad de Dios. McGuire y Rattansi mencionan la unidad de La Verdad en la antigüedad, desde los llamados “escolios clásicos” de Newton, gracias a que es revelada por Dios como “una totalidad interconectada que comprendía el conocimiento natural, moral y divino.”  Pero queda preguntarse, de qué manera justifica Newton que los antiguos poseían el conocimiento perfecto sobre la naturaleza; más aún, qué incidencia tiene esto sobre la construcción del conocimiento de la Verdad única, que se refiere a la manera en que Dios actúa sobre la creación. Para lograr esto, de acuerdo a mi interpretación, Newton recurre a dos tipos de fuentes diferentes que, sin embargo, se complementan: las Sagradas Escrituras y el estudio sobre la naturaleza. Es decir, se refiere Newton a dos maneras de llegar a la Verdad: la revelación y la investigación natural. “Así pues, la primera religión era la más racional de todas las otras hasta que las naciones la corrompieron. Pues no hay modo (sin la revelación) de llegar al conocimiento de una Deidad sino por la constitución de la naturaleza.”
    
    De la afirmación newtoniana de un conocimiento perfecto sobre la naturaleza, que fue revelado por Dios y que se encuentra expuesto en diversos lugares (las Sagradas Escrituras y los templos antiguos), se sigue una pregunta fundamental para la comprensión de la investigación de la verdad newtoniana como reconstitución de la prisca sapientia, y que se encuentra relacionada con las preguntas formuladas más arriba acerca de la legitimidad del conocimiento que poseían los antiguos: habiéndole revelado Dios al hombre la verdad sobre todo lo existente en el mundo, ¿Por qué es necesario realizar una investigación en la naturaleza para encontrar La Verdad que ya poseíamos? De esta pregunta se rescatan dos elementos fundamentales para Newton. En primer lugar, la idea de que la religión primitiva, la que contenía La Verdad sobre el mundo y sobre la actuación del Creador en él, fue revelada por Dios mismo y que en ella estaban además de la Verdad teológica y la forma correcta de adorar a Dios (prisca theologia), la Verdad sobre la naturaleza (prisca sapientia) y la moral perfecta. Es decir, era un conocimiento perfecto sobre todo lo existente en el mundo y sobre la manera en que deberíamos comportarnos respecto ello. En un segundo momento de la pregunta, se afirma que por unas razones determinadas, este conocimiento se perdió, pues para Newton es necesario realizar una investigación sobre la naturaleza para poder reconstituirlo. Por lo demás, es necesario anticipar que, según Newton, sobre el conocimiento perfecto revelado por Dios fue enseñado otro que era falso, lo que tergiversó el contenido perfecto de la religión primitiva, dando paso a un conocimiento errado sobre el mundo.

De manera que para Newton es necesario establecer lo que Cohen llamaría revolución en el sentido etimológico del término: un regreso al conocimiento que poseían los antiguos. Pero a diferencia de lo que plantea Cohen que es un retorno al conocimiento de éstos, bordeando a los medievales, lo que Newton afirma en sus manuscritos sobre cronología de los reinos antiguos, historia de la religión y teología, es un retorno al conocimiento que poseían en la antigüedad, dejando de lado incluso a muchos de los filósofos antiguos, que serían herederos de un conocimiento corrupto y lo expondrían de esa misma manera; pero lo más sugestivo, según mi interpretación, y que es algo que por lo demás Cohen no menciona, es que Newton recurre a la autoridad de personajes no considerados clásicamente como filósofos, ya que el conocimiento Verdadero sobre todo lo existente lo poseían desde el comienzo Adán, su descendencia y Noé, pues fue a ellos a quienes Dios se los reveló, siendo incluso anteriores a la filosofía clásica.  De donde se sigue la importancia de la distinción en las fuentes que utiliza Newton para investigar la prisca sapientia: no sólo tenían el conocimiento perfecto sobre la naturaleza quienes habían realizado algún estudio sobre ella, sino que incluso los primeros moradores de la Tierra (Adán al comienzo y Noé luego del diluvio), poseían el conocimiento perfecto de la estructura de la naturaleza del mundo, porque Dios se los había revelado en la revelación de la religión primitiva.

    En su texto intitulado “A short schem of the truth religión”, nos dice Newton que ésta, la religión primitiva, consiste en nuestra deuda hacia Dios y hacia el prójimo, y que el cumplimiento de nuestros deberes hacia ellos sólo se logra por medio de la piedad y la rectitud, las cuales corresponden la primera a Dios y la segunda al prójimo. La piedad (Godliness) es el conocimiento, amor y adoración a Dios.
La piedad consiste en el conocimiento, amor y adoración de Dios. La     humanidad en el amor, rectitud y buenos oficios hacia el hombre (…) La     primera encuentra uso en los cuatro primeros mandamientos del decálogo (,) la segunda en los seis últimos.



* Continúa de la séptima edición. 
8. Orozco E., Sergio H. Modelos interpretativos del corpus newtoniano. En Estudios de Filosofía, Universidad de Antioquia, Nº35, 2008, p. 238.
 9. McGuire, James E. y Rattansi, Piyo M. “Newton y las flautas de Pan”. En Estudios de Filosofía, Universidad de Antioquia, No. 35, 2008, p. 183.
 10. Yahuda, Ms. 16.2, f. 74.
 11. En “Newton y las 'Flautas de Pan'”, McGuire y Rattansi exponen que, según Newton, el conocimiento de la antigüedad se encuentra vedado para los ojos del vulgo, ya que sólo quienes posean el método adecuado de análisis pueden reconstituir ese conocimiento perfecto. Cf. McGuire, James E. y Rattansi, Piyo M. “Newton y las “flautas de Pan”. En Estudios de Filosofía, Universidad de Antioquia, No. 35, 2008, pp. 149-187. Sergio H. Orozco E. propone, además, que sólo es posible dar cuenta de cómo ese conocimiento era en realidad perfecto, en la articulación de diversas disciplinas como la cronología de los reinos antiguos, la historia de la religión y la teología, por parte de Newton.  Orozco E., Sergio H. Isaac Newton y la reconstitución del palimpsesto divino. Medellín: Universidad de Antioquia, 2009, pp. 67-82.
 12. La referencia es a la distinción entre La Verdad revelada y La Verdad lograda por la investigación sobre el mundo. Desde esta perspectiva, se hace aún más evidente la unidad de la Verdad.
 13. Cf. Newton, Isaac. The original of religions. Yahuda Ms. 41, f. 3r-7r.
 14. Newton, Isaac. A short schem of the true religion. Keynes Ms. 7, f. 1r.

El escritor

Óscar Monteiro, con una hoja en blanco sobre el escritorio y un esfero en la mano, se puso a pensar. Recibir el Nobel. Atender llamadas de periodistas, amigos y familiares. Recibir felicitaciones. Dar entrevistas, conferencias. Alquilar un traje para la ocasión. Firmar autógrafos, libros. Hacer dedicatorias. Recibir aplausos. Hablar por un micrófono. Escribir un texto a la altura del evento. Hablar de política, de literatura, del próximo libro… Dejó de pensar.

Fue por un café a la cocina y ante el sonido incisivo del teléfono decidió desconectarlo. ¡Qué esperarán! Se sentó de nuevo en la silla, ante la hoja y el esfero, y continuó pensando. Escoger las palabras para ese día. Posar para las fotos. Leer un fragmento de la obra. Soportar aplausos, que lo llamen escritor, maestro. Responder preguntas. Soportar el ego… Fue al baño.

Antes de volver al escritorio para continuar con su tarea, colgó el teléfono, observó la biblioteca, la repasó por un momento. Se sentó a pensar. Las comparaciones, las críticas, las envidias, la competencia, las editoriales, los editores, los amiguismos, las publicaciones, los concursos, las tertulias, las ferias del libro, los rankings, la fama, el olvido… Dejó de pensar.

Encendió un cigarrillo. Agarró fuerte el esfero, recostó el codo sobre la mesa, acomodó la hoja. ¡Ahora sí! escribiré mi máxima, dijo en voz baja. Pero antes pensó. Escribir un cuento. Meses y meses. Escribir un libro. Años. Terminarlo. Leerlo. Releerlo. Corregirlo. Escuchar a los amigos. Darle la bendición. La editorial. Esperar meses la respuesta. El no. La imprenta. Desear dinero. El sí. Firmar el contrato. Ver cómo amputan el libro… Decidió no pensar más.

Sorbió el último trago de café, apagó el cigarrillo en el cenicero y, antes de irse a dormir, ¡ahora sí!, escribió: “Óscar Monteiro decide no ser escritor, no es capaz, le faltan agallas, le da miedo. Óscar Monteiro seguirá siendo crítico”. Se levantó del asiento, guardó el esfero y la hoja en el cajón, cogió el libro de Fernando Alí (que mañana destrozaría) y se lo llevó a la pieza.

Por Fernando Alí

Vacía Orbe


Ilustración Ángela Rojo
Estoy perdido, he buscado en lo profundo de esta tierra la solución a mi camino.  Con el paso de los días me hundo más y ya no soy el único, hay otros a mí alrededor.  Juntos miramos la luz que brilla tras las montañas; no sabemos qué tipo de luz es, sin embargo la seguimos porque es la única señal, porque es lo más lejano y después de ella, creemos, no hay nada más.  Tan solo oscuridad y es lo mismo.  La vemos porque tenemos esperanza, porque guardamos el aliento para el momento de la huida.  A veces he sentido flaquear mis fuerzas, como si esta pelea se hubiera perdido.  Hablo de mi lucha personal, todos han llegado aquí por su propia lucha personal y eso nos ha destruido; éramos más fuertes de lo que pensábamos y terminamos derrotados, es absurdo derrotarse a sí mismo, pero acontece y aquí estamos derrotados por nuestro propio ser.  Somos victimas del egoísmo, de nuestro propio silencio y de los deseos de autosuficiencia.  Este lugar es macabro porque ni siquiera reconocemos qué lugar es, si fuera el infierno lo sabríamos y por lo menos conoceríamos dónde tenemos nuestros pies.  Pero este sitio es escondido, no sé explicarlo: en ocasiones me siento arrojado por fuera de mí, de mi planeta e incluso de mi universo; de pronto me acongojo y entonces siento que he excavado en mi propio corazón y me he escondido allí, donde nadie pueda verme.  Entonces pienso, si estuviera dentro de mí no habría intrusos, no habría más condenados; y de repente recuerdo mis invenciones, mis fantasmas, tantos seres que me han agobiado.  Me culpo por convertirme en un fantasma de mí mismo, pero tal cavilación puede ser un artilugio también.  He intentado mirar hacia atrás, pero no es posible hacerlo, a pesar de girar mi cabeza nada se ve.  He imaginado en aquella oscuridad a un gigante, una enorme bestia que hace oscuridad, fabrica una humareda negra que se ha ido apoderando de nuestro entorno.  Esa oscuridad movediza ha ido alcanzándonos, antes tan lejana y ahora quiere ahogarnos y consumirnos.  Las emanaciones de la bestia nos han quemado, somos una carne sombría, quemada, nuestros ojos aún conservan un poco de destello, porque hasta en la calamidad más grande quienes entablan la lucha personal conservan la esperanza.  Aún hay quienes lloran y ellos mantienen mayor vivacidad a pesar de que el contacto de sus lágrimas con la carne sea doloroso.  Creo que es ese tipo de dolor que mantiene viva a la gente allá donde deben existir tranquila y apaciblemente, pero en este lugar duele.  He pensado varias veces que los que lloran son quienes existieron y nosotros sus fantasmas.  Puede que mi vida sea una mera invención de otro, pero su miedo ha llegado hasta mí.  Porque el mero respirar de esa bestia amedrenta, su hálito nos envejece.  Me imagino al
gigante tragándose la sangre de nuestro planeta, secando nuestra tierra, alimentándose de nuestros líquidos.  En el otro extremo la luz se hace intermitente, parece que viene y va hasta cierto punto de este valle entre las montañas y del mismo modo va hasta un inexistente espacio más allá de la cordillera; pero acaso es posible que la luz viaje donde nada hay.  De pronto la luz explota y comienza a devorar el cielo y a nuestras espaldas la oscuridad cede, sin embargo aquel árbol se desaparece ante tal iluminación y no lo vemos más, luego todo desaparece a nuestro alrededor, incluso nosotros mismo porque todo se hace día, un haz insoportable.  Nuestra estadía en este lugar se hace imposible.  Ahora todos flaqueamos, nunca creíamos que nuestra esperanza se volviera sobre nosotros y nos absorbiera.  Comienzo a escarbar la tierra, tal vez pueda hundirme un poco más, encontrar un poco de oscuridad propia, porque tanta fuerza, tanta energía me ha empalagado.  Debo reconocer que los que estamos aquí somos fuertes y soportamos grandes cantidades de dolor y de fastidio, de vituperios y angustias, por eso siempre buscamos un escape a la salida anterior, de este modo siempre nos hundimos.  Nuestras luchas personales son autodestructivas porque nuestro cuerpo es nuestra única arma.  Así que con uñas y dientes, hasta con los codos, escarbo la tierra seca y dura en busca de algún lugar frío y oscuro.  He comenzado a bajar y he sentido a otros hacer lo mismo, sin embargo el haz penetra rápidamente por nuestros trayectos y no nos abandona.  Continúo a tientas, bajando a tientas, escarbando a tientas, me pregunto a tientas si no era mejor no resistirme a mí mismo y dejarme fluir.  Dejarme llevar por mí mismo y evitar estos tipos de sufrimientos.  Qué va.  De pronto toco algo duro y metálico, se desliza ligeramente por debajo de mí, por debajo de la piedra en que me mantengo.  Creo que es una mano de la bestia, siento un vacío dentro de mí y otro en su mano, es fría y enorme.  Espero a que termine de deslizarse y me arrojo por el socavón que ha fabricado.  Hundirme así es mucho más sencillo.  Para el fondo falta demasiado y sin embargo me veo incapaz de llegar, tal vez deba descansar, dormir un poco en esta orilla.  Es imposible dormir, imposible descansar y aun así sé que nunca llegaré al final, porque tal fondo, el que está dentro de mí, es inalcanzable; igualmente sucede con el que está por fuera de mí.  Cada instante que pasa me siento más en el medio, como si en realidad no avanzara hacia algún extremo.  Siempre avanzo hacia algún meridiano y me traslado de meridiano en meridiano.  ¿Tan difícil es tocar fondo? ¡siempre que creo estar cerca a mis sentimientos me dicen: eres meridiano!


Por Reportero Pensante

Ilustración Ángela Rojo

El Grito

Renunciar a todo acto solemne ya es un recaer.  Hacia abajo hay mucho fondo, al igual que hacia cualquier dirección porque abajo es donde hay un sitio y de alguna manera llegamos a él.  Todos recaemos.  Ese hado inexorable de andar recayendo lo heredamos de nuestros ancestros, ellos también recaían, a su manera lo hacían, a diferencia de nosotros, no tenían cara de gravedad.  ¿Desde cuándo empezó eso de la cara grave, es decir, quiénes fueron los primeros en tenerla?  Esa pregunta luego intentamos responderla, por ahora centrémonos en las recaídas.  Hay una cuando bajamos y no tocamos fondo, cuando tocamos el suelo y aún no sentimos la caída porque el golpe no avisa, cuando reconocemos que andar cayendo es algo más que decir que del suelo no se pasa, porque la caída sigue por dentro.  Para adentro la caída es infinita porque hay una fuerza interior que jala, arrastra nuestro ser y no conforme con ello se lleva también nuestra piel, nuestros órganos y huesos hasta convertirnos en un pedazo de espíritu desnudo.  Nada más patético.  En ese momento de desnudez, de parcial estadía en el mundo no se puede pensar como comúnmente se hace, porque esa forma de razonar está estrictamente ligada al cuerpo: cuerpo sano, mente sana.  Pero encontramos la opción de pensar gritando, una nueva forma de llevar a un límite desconocido las posibilidades de la imaginación.  Sin embargo para lograr este grito, la desnudez debe ser total y el espíritu deberá estar liberado de todo atavío.  Las vestiduras son demasiado protocolarias para el nuevo grito, igualmente los adornos y las joyas.  Comenzamos con una mirada hacia adentro, buscamos nuestro vacío más grande y al lado de ése nos acomodamos, bien en la orilla de modo que al momento de lanzarnos no haya posibilidad de arrepentirnos ni de agarrarnos de algún sobresalto o tumulto.  Eso sí, antes de operar dicho salto debimos haber tomado la decisión de ser nada, de existir por el mero hecho de existir: agarrarnos del vacío.  Luego podremos arrojarnos tranquilamente y empezar a caer hasta lograr el recaimiento, así jalaremos nuestro propio cuerpo hacia esa gran oquedad de modo que de a pocos no habrá necesidad de volver a mirar hacia afuera y tampoco de usar prendas de vestir, ni de peinarnos ni maquillarnos la boca y los ojos.  Porque mirando hacia adentro el paisaje cambia abruptamente.  Cuando alcancemos una gran distancia y una buena velocidad de caída se podrá iniciar la práctica del pensar gritando, así realizaremos nuestros primeros gorjeos, nuestros primeros gruñidos y aprenderemos a abrir la boca sin ahogarnos.  Después, cuando dominemos esta técnica podremos hacer insipientes inquisiciones, retoñar nuestros primeros pensamientos y reunirlos de un modo placentero y conmovedor.  Completada esta fase podremos decir que empezamos a recaer, tal como un auto recaía hacia el asfalto, como un cohete a la luna, como el avión al cielo y como el buque al agua, del mismo modo que recayó la manzana al prado y después a la mano de Newton y de ahí a la historia de la humanidad, así también lo hicieron las guerras, las hambrunas, las pestes, las catástrofes, y así también, el hombre.  Pero todos esos recaimientos eran hacia el exterior, ahora hemos comenzado uno infinito.  Luego, emitimos nuestro primer pensar gritado, suena vulgar y horrendo, proferimos los siguientes y suenan igual de vituperiosos.  Así comenzamos nuestros improperios porque gritar, ni siquiera cayendo, hay que ir más allá y por eso renunciamos.
Por Reportero Pensante

El Libro de las Ausencias

Hola, mi nombre es el que tengo asignado como ingreso de usuario y apellido contraseña.  Hoy decidí dejar de ser parte de las redes sociales. Decidí no seguir siendo parte de una estadística, de un número más que suma el total de seguidores de la nada. Por años he invertido mi tiempo subiendo información a una red social para que todos sepan lo que hago ¿finalmente eso no es lo que haces tú también?  ¿Estar mostrándole a todo el mundo lo que haces, esperando un “Me gusta”, o un “No Me Gusta”, buscando una aprobación de tus gustos y de lo que diariamente resuelves hacer? De ahora en adelante decidí preguntarle a la gente lo que hace cara a cara, preguntarle lo que le gusta y lo que no, tratar de recordar cada cosa que dicen, porque en la vida real no hay historiales que pueda abrir nuevamente en la mañana. Preferí sacar el tiempo y visitar a ese familiar al que sólo he visto digitalmente hace años, decirle que lo quiero y pedirle que me muestre personalmente sus fotos, que sirva algo para que tomemos, que me brinde esa cerveza y ese pedazo de torta que alguna vez me llegó por una notificación. Decidí invitar a ese amigo o a esa amiga que alguna vez me dieron “Un Toque”, a que me abrace y me sienta realmente, que me toque fuerte de un apretón de manos, o que ponga su boca en mi mejilla y digan hola mirándome a los ojos. A que me pregunte acerca de mis viajes y a que me cuenten en palabras qué piensan de cada una de mis experiencias y de las fotos que tengo de recuerdo, y que puedan utilizar más palabras de las que alguien podría escribir en un campo de descripción acerca de cualquiera de ellas.  Quiero saber que si alguien me encuentra en años nuevamente me pregunte ¿qué has hecho? realmente no teniendo ni idea de qué es lo que he hecho, y que me vea viejo y yo igualmente a él o ella, porque vernos diariamente no nos hace parecerlo. Quisiera que cuando necesite saber realmente qué ha hecho alguien, levante el teléfono y lo llame, que me diga que hay de nuevo, y que sepa que no está dando tiros al aire en un sitio web esperando a ver quién comenta su estado… su estado de vida. Las redes sociales nos mantienen cerca… ¿cerca de quién? Qué tan diferente fuera si en menos de un año estuviera disponible una opción a la que le pudieras acceder y programar una selección aleatoria de tu información y el programa mismo comentara tus fotos o tu estado, y recibieras un “Me gusta” esporádico en tu bandeja de entrada, tan solo para sentirte observado, acompañado y socialmente útil, cuando realmente es algo inútil. No niego la capacidad comercial que tienen estos sitios, pero esos no fueron sus inicios.  Paradójicamente todos comenzaron como un servicio inocente, como una aplicación que te acerca a aquellos de los que no lo estás, y ahora están consumidos por la dinámica del mercadeo. Nos acostumbraron a ello, nos hicieron dependientes, esclavos de una droga libre, gratis, que nos desgasta cada día un poco de nuestras vidas. Todos tenemos la falsa sensación de que somos distintos; es la tontería más grande que nadie jamás ha dicho, lo que realmente nos hace diferentes es la combinación de cosas que hacemos, pero finalmente todos hacemos lo mismo.  Por eso tengo la tranquilidad de hablar por mí, sabiendo que muchos piensan lo que estoy diciendo ahora, pero nadie quiere afrontarlo, o tal vez sí luego de leer esto. Tal vez en este momento alguien este escribiendo algo similar, y también en este momento más de uno pensará que soy un idiota, digamos que la mayoría, pero si a tan solo una persona le puedo dar un poco de libertad, estas palabras no serán en vano.  La libertad de no tener que alimentar un ser virtual como si fuera tu propio cuerpo, la libertad de andar libre por la calle sin tomar fotos para subirlas y mostrarlas a tus jueces, la libertad para atreverse a montar una exposición real en una galería, o un bar, de tu trabajo y de lo que eres en la vida real. La libertad al no ser tagueado en cuanta foto suben otros de ti, abusando de tu nombre.  Libertad para aquellos que son fotografiados y exigen la prueba instantánea de su correcta actuación y aprueban o desaprueban el producto cual mercancía en una venta por catálogo, pues siempre prevalece el qué dirán, el miedo a quedar mal físicamente, a que se publique un perfil natural, pues extrañamente nadie quiere mirar de frente.  Pareciera que las mujeres se esconden tras su hombro y los hombres se inflan cual palomo en cortejo; Tensan sus bocas y mejillas, y luego de un flash, dejan caer sus hombros nuevamente, recomponen su cuello torcido con su boca, apenas pudiendo relajarse luego de haber exhibido su sonrisa predeterminada. Nadie es real, nada parece real. No sé ni cuánto cuesta enviar una carta, supongo que 6000 pesos colombianos; no conozco el puño y letra de ninguno de los más de 300 amigos que tengo en mi red social. No me canso de ellos, ni me disgusto, nadie puede hacerlo, con más de uno de ellos podía saber lo que sentía, ahora no sé, los veo a diario y nunca los veo. Tengo sus e-mails pero nunca les escribo directamente. Quiero poderle escribir a quien yo quiera, controlar mi información, controlar mi vida; lo que hago o no hago es mi asunto y de las personas que yo quiera, pero no lo quiero hacer de este modo. Es difícil de afrontar esta decisión en un círculo mundial donde prevalece la inmediatez de información, y no creo que esta red sea la única, creo que son todas.
Si tiene un hijo, no pretenda bajo ninguna circunstancia hacerle el mal de abrirle una cuenta de este tipo, puede ser la cuenta regresiva del futuro que no queremos muchos: indiferente, deshumanizado.
Si no proclamamos nuestra humanidad nos convertiremos en una estadística.
Pruebe que está vivo.
Tal vez esté equivocado, tal vez usted también.  Lo malo de las cosas no son ellas por sí mismas, es el abuso, pero aun haciendo uso moderado de esto, decidí que finalmente esto No me Gusta y aunque hay un botón para ello no es suficiente para expresar lo que siento.
Cerrar cuenta . . .  ACEPTAR.
Hola mi nombre es Nicolás Díaz.


INFORMATIK: IN-FORMARTE/ DE-FORMARTE Aparte dedicado a aquellos que se pronuncian ante el fenómeno de digitalización del Homo sapiens.

El universo es un gran fractal; nuestra realidad concebida equivocadamente como única y absoluta es tan solo una réplica a una escala determinada de la misma dinámica que tiene lugar a niveles macro y micro. En todas estas dimensiones la comunicación se muestra como el factor común crucial en el proceso de transmisión de información para múltiples y variados fines. En este sentido parece develarse ante nuestros ojos una premisa maravillosa, pero a su vez algo aterrorizante: todo lo perteneciente a nuestra realidad son tan solo datos en flujo perpetuo. Pero hablemos en esta ocasión de uno de esos datos en concreto, hablemos del ser humano. Este simio evolucionado con algunos años de protagonismo sobre esta antiquísima madre paciente. Saltando de rama en rama llevando escrito en su esencia biológica todo lo necesario para erguirse en X momento, no paró de aullar y balbucear hasta lograr engendrar y hacer sentir su música codificada. El lenguaje de lengua y de mano surgió entonces como una nueva aptitud cuyo alcance no se limitaría al de funcionar como recurso práctico, sino que llegaría a constituir incluso, la primera señal premonitoria del futuro que tendrá el simio ambicioso, peludo y cabezón.
Con el advenimiento de las nuevas tecnologías informáticas, nuevas actitudes y comportamientos enmarañados en lo más profundo de la psique humana se han comenzado a manifestar hasta convertirse en un inevitable fenómeno masificado. Ahora mas que nunca salta ante nuestra vista el congénito y firme deseo voraz, frenético y desaforado de la especie humana moderna por convertirse en información incorpórea. Al paso y compás de los misteriosos designios superiores, el ser humano apunta hacia la próxima etapa de su evolución, una en la que el “yo” se lanza al vacío enorme de la red y se disuelve en ese vasto plano de existencia con la misma ligereza que tiene un dedo cliqueando un mouse.
Mientras esto sucede, nos vamos entregando como guiados a ciegas y hacemos parte de dicha transformación a veces en armonía, sintiendo que controlamos y nos beneficiamos, pero a veces forcejeando contra la corriente, protestando alarmados y espantados ante lo que implica esta nueva evolución, esto es, la pérdida de la esencia humana a la que estamos habituados. Una esencia dada por cálida y emotiva, basada en los afectos y el contacto que es exhibida por seres vivos dotados de cuerpo. Ojos que se miran a los ojos, pieles que se rozan, respiraciones que se sienten y todo lo demás propio de las carnes. Leamos pues una de esas voces que se pronuncian con propiedad y ahínco mientras el rio sigue impetuoso su curso inevitable.

Por Kenny Cristian Díaz Bayona

Ficciones Etimológicas

Definida la ficción etimológica: es el resultado de indagaciones erróneas en las raíces de las palabras.  Aunque el investigador reconoce su falla continúa, porque es presa de una pasión diferente, la pesquisa de un mundo extrañamente imposible.  Se da paso a las propuestas que nuestros reporteros han realizado, porque la ficción crea realidad, mucho más cuando se esconde tras los sustentos de lo que creemos verdadero.

Las tradiciones de mi familia consisten en la traición personal para obtener el bien comunal, de este modo llevamos a través de generaciones lo que nos es inherente pero no nos pertenece.
En el árbol genealógico de mi familia corre la sangre de la traición.  No somos quienes deberíamos ser; cada día devenimos una esencia que brota de nuestras raíces, regadas por todos aquellos quienes desean consumirnos; de tal modo, a medida que nos siembran necesidades aquellos van saciando las propias.  Es decir, en mi árbol familiar ya no nacen bebés y hombres del mañana, se producen necesidades impropias para satisfacer necesidades inventadas.

Cóncavo. No convexo

¿Qué es esto que siento? No es la primera vez…de hecho crecí con esto. Lo poseo desde que tengo memoria… pero es que hoy… hoy me he hecho más consciente de su presencia. Me impacta, me impresiona, me da asco, me aterroriza. Su forma… la textura… ¡lo que supone que esté ahí!... ¡lo que realmente significa! Es increíble cómo nos acostumbramos a convivir con cosas que ni siquiera entendemos del todo, se nos hacen normales y olvidamos lo que realmente son. Así mismo es esto.
Mi dedo está ahora recorriendo una porción firme de mi cuerpo. Gracias a Dios, aún conserva la supuesta forma que debe tener. Es tenso, pero suave. Yo le he dado forma y puesto que no acumulo mucha grasa y a veces hago ejercicio, tiene inclusive una estética bastante masculina. Pero allí es donde localizo el centro (casi literalmente) del pánico momentáneo que hoy me sobrecoge. A excepción de mi ceja izquierda y una cerca a mi pelvis, no tengo marcas significativas….pero ¡esta!... ¡esta sí lo es!… y de hecho es la más profunda, abierta e impresionante. ¡Tuvo el descaro de suavizarse y establecerse en mi mente casi como un elemento estético que me humaniza y me une a mi prójimo! ¡Pero hoy no!  hoy desperté de ese letargo conformista y develé su falsa e hipócrita sutileza hasta ahora desapercibida.
Mi dedo sigue su aproximación… pero tengo miedo. Miedo de romper con el rico y armonioso recorrido lineal, a penas alterado por uno que otro relieve distinto de piel. Por eso decido mejor regresar, y arranco resuelto desde la hendidura formada entre mi esternón y mi garganta. Suavemente me voy deslizando; siento la dureza de mi pecho otorgada por músculos ejercitados y sólidos huesos estructurales. El contacto piel con piel es fácil y fluido como vuelo de cisne sobre el agua. Alcanzo a pasar sobre el fin de mi caja torácica, pero sigo en un suave desplazamiento lineal y sin grotescos socavones. Por un instante me detengo de nuevo... pero retomo rápidamente el recorrido que se encuentra ahora sobre mi vientre y desciendo poco a poco… ¡y me deslizo decidido ya sin detenerme! ¡Y me hundo!... ¡y mi dedo está allí!... ¡unos centímetros aterrorizantes por debajo del plano general del vientre! ¡Este agujero!... ¡Dios!... ¡este agujero!... ¡estoy cicatrizado abiertamente!... ¡estoy expuesto aunque cicatrizado!... ¡estoy abierto!.... ¡fui un cuerpo con un agujero insidioso en el centro de mi abdomen!... ¡y ahora hundo mi dedo en mi ser y me aproximo más a mis entrañas! ¡Por Dios qué cicatriz!... ¡se adentra demasiado en mí!... ¡pude chorrearme todo hacia afuera si no se hubiera tapado!... ¡qué vergüenza! ¡que terror!... ¡ qué asco! ¡qué impresión! Somos bolsas de carne antaño agujereadas… selladas por una penetrante y enmarañada soldadura de carne y piel.
Pero… ¿y si se me vuelve a abrir?... ¡Dios mio!... ¿y si me levanto algún día y este hueco inmundo vuelve y se destapa?... ¡me tengo que tapar!... ¡no quiero ver mi estómago y mis entrañas expuestas!… ¿o sí?... ¡sería bueno explorarme y verme el interior a través de este huequito! Quisiera conectarme de nuevo una manguera de carne como cuando era un impávido feto; mmm… le pediré a mi mamá que nos conectemos de nuevo. Creo que puedo usar una de esas tripas que usan para hacer morcilla o chorizo. Quizás devolviéndole su función ya no me aterrorice más este agujero de mierda que tengo en mi barriga. Mamá comerá, y de su estómago tomaré mi alimento.
Kenny Cristian Díaz Bayona
Otra bolsa de carne sellada
en el centro…

Editorial de la décima edición.


A Reportero Pensante le agrada presentarse, decir su nombre mientras gesticula con lentitud, como si sintiera por primera vez los músculos de la cara.  Al fin de cuentas para R. P. el movimiento es importante, por eso se presenta mientras se mueve.  Pero es una dinámica diferente, no es veloz, no es apabullante; el mover que le incumbe a R. P. es el imperceptible, el que hay que ver con ojos sencillos, el que se esconde detrás de la quietud, detrás del silencio, detrás de lo transparente.  Por tal motivo se presenta con lentitud, como una fuerza que arrastra, que jala, no como una que solo golpea, y a medida que pronuncia sus vocablos R. P. va dejando un halo de existencia diferente, de vida recóndita: eso ha tratado de encontrar, la diferencia dentro de la misma existencia, porque si hay que agarrarse de algo en esta vida y no hay de dónde, pues entonces que esa nada sea diferente por lo menos.  El asunto de sostenerse de algo para vivir crea muchas y grandes cuestiones, una de las que trama a R. P. es la de cómo sostenerse de la nada, pero él va más allá y después de preguntarse tal cosa propone la creación de una nada diferente.  En esos caminos anda, preguntándose por una nada diferente: acaso es negarla, acaso es aceptarla, acaso es cambiarla o simplemente encontrarla.  Por eso la mejor forma de presentación es aquella en la que se suscita mucho diciendo poco y a ello él responde con lentos movimientos, casi imperceptibles, para generar dudas e ideas en quien interpela.

29 de febrero de 2012

Ilustración

Diego Velez

Levántese y siga

RELATO DE UN EVENTO CON APLICACIÓN GENERAL

Muere un ser querido, el ser querido de alguien…un extraño mío. Tendido en la calle como si cualquier cosa, con un trapo rojo sobre su inexistente cabeza que yace por pedazos indefinidos e irreconocibles sobre la regional. Muere dando un estrepitoso y rojizo espectáculo sobre la calle, abrazando con un brazo mal dispuesto lo único que pudo en su último y fugaz momento: una moto azul, amiga, vehículo y último aposento. Así, dándose cuenta solo por un infinitesimal momento, dejó este plano de “biomáquinas” conscientes y ofreció al público rodante y bípedo un espectáculo de horror, sorpresa, silencio, morbo, repugnancia y lamentación.
A mi me recordó lo frágiles que son nuestros cuerpos, cálices blandos, rojos, fluidos, nervados y vertebrados de nuestra consciencia. A los motorizados les quedó una imagen “viva” de los riesgos que se corren cuando se vuela confiándole la vida a una máquina. A los transeúntes curiosos se les revolvió el estomago por retar su capacidad mental de tolerar estímulos tan intensos asociados al asco. A pasajeros del bus rojo de caldas, en el cual viajaba yo, se les volteó la cabeza ante la radiación insoportable de un cuerpo decapitado, esquivando así el estimulo vermífugo  y emético. Otros, se atrevieron a mirar, y entre esos yo, que si no fuera por eso no estuviera ni reflexionando ni escribiendo esto.
Al bajarme un poco más adelante en botero soto, pagué mi pasaje al conductor, y este me devolvió mal. Doscientos pesos le faltaron, pero su mano y su voz temblorosa, me dejaron en claro que no se encontraba muy estable como para pensar en doscientos miserables pesos, y así se esfumó cualquier impulso de reclamo. Y es que a todos nos aturde encontrarnos de choque con la volatilidad de nuestra existencia, materializada en la tragedia de la muerte, tanto más cuando es espantosa y carente de la forma que concebimos como digna.
Una vez sobre la calle, debí dirigirme hacia mi lugar de trabajo, sin tiempo para detenerme a digerir lo sucedido y regalarme un momento para sentarme pensativo, y solidarizarme con el fallecido por lo menos a través de una tristeza o una depresión amiga. De seguro no solo yo, sino todos los pasajeros que viajaban en pro de una responsabilidad, debieron haberse sentido de manera semejante. Un poco de indiferencia obligada bajo la presión de cada realidad individual, invadida por los deberes y necesidades propias, que ante el funesto evento observado, debieron parecer ridículas y falaces.
Esta maquinaria imponente de la existencia, emana con fuerza sobrehumana vientos ineludibles, y no respeta muertes, enfermedades, divorcios, crímenes, abandonos, corazones rotos o tragedias de cualquier tipo, sin importar la intensidad que tengan. Nuestras necesidades biológicas no entienden de eventos y tarde que temprano cuando mínimo nos da hambre. Y nuestra realidad individual ataviada de compromisos a penas nos permite respirar, porque al fin y al cabo hay que cumplir, hay que responder, hay que producir o simplemente satisfacer a los otros que todavía respiran y que esperan siempre algo de nosotros (jefes, madres, padres, novias, novios, esposas, esposos, hijos, amigos, mascotas, etc.).
Y al final, claro está, con cierta vergüenza y resignación muda, se cumple en nosotros el frívolo adagio popular que dice: “el muerto al hoyo y el vivo al baile”. Y el muerto no necesariamente entendido sólo como una persona; también las ilusiones o ideas, como el amor por ejemplo, pueden morir. Y a la final, después del debido duelo que se haga a nuestros “muertos”, solo queda una cosa por hacer: levántese y siga.              


KENNY CRISTIAN DÍAZ BAYONA
kenbetel@gmail.com

QUIJOTE EN BICICLETA

¡Hay que acabar con el mundo! Se decía él mientras iba hacia su casa en bicicleta. En los momentos de tristeza y soledad inmensurables, cuando de antemano le habían recordado que el mundo no coincidía con ese insano amasijo de ideas que las novelas caballerescas le habían arrojado a la cabeza y que nunca llegaría a ser un él real al cual ella pudiera amar o un sí mismo en el que encontrara motivos para no odiarse, en esos momentos, él se proponía acabar con el mundo y se autoproclamaba vengador de su irrealidad.
¡Hay que acabar con el gran verdugo de la realidad! Se decía, cuando era obligado y se obligaba después, a poner los pies sobre la tierra. Entonces se montaba en la bicicleta y con la desazón producida por el sueño interrumpido como combustible, pedaleaba y pedaleaba, sin tocar el suelo. Así con la velocidad, el movimiento y el aire que le golpeteaba el rostro; la calle, los árboles, los perros, los edificios, la gente, en otras palabras, todo lo que resume y compone el mundo, se transformaba en un solo vómito de imágenes en el que no se podía distinguir nada y por el cual todo volvía a una génesis de palacios, prados, tigres, ejércitos, reinas, mujeres menesterosas de amor, amigos, fiestas… espejismos a su antojo. De este modo, él se extraía de la realidad y ésta parecía fallecer en el pequeño big bang de bicicleta durante  los diez minutos que tardaba en regresar a su casa.

No obstante las mil veces que había intentado acabar con el mundo, mil y una veces éste se había regenerado. Con el tiempo y el esfuerzo, sus piernas de anciano y su corazón con cadencia de redonda no dieron más, además su vieja bicicleta andaba ya sin frenos y con los rines por llantas. Pensó entonces que si no había podido acabar con el mundo era porque tenía la esperanza de reconstruirlo, sin embargo, reconstruir el mundo constituía para él una tarea harto difícil, era un tipo de hazaña digna de un reino de ilusiones enfermas, de viajes y amores realizables sólo al alcance de la letra y la memoria.

Consiguió una bicicleta de motor y armado con casco y rodilleras, cruzó de nuevo el umbral y exclamó:

¡Excusadme Vida Mía por hacerte numen de mis utopías!



EL SERCITO

ELSERCITO 1

Siento la solidez de mi cuerpo, y en él esparcido el ser que me define. Desde el cráneo soy y me defino con cada tramo enervado. Esta masa estriada es lo que soy y es quien escribe. Como un árbol con apariencia de esponja marina, mi “yo” tangible se extiende con raíces extremadamente sensibles hasta el ápice de mis dedos. Soy eso, y no soy eso, porque ese mismo órgano que soy no se totaliza a sí mismo, sin importar que haya ido aprendiendo a concebirse como el epicentro de mi identidad. Aún no me satisfago (o me rehúso a aceptarlo) y genero por tanto otra señal, ya no para que la biomáquina que me contiene tenga sexo, coma o vaya al baño, sino para que sienta allí, a la altura del pecho, desde el estómago hasta la laringe, una sensación de caída constante en un precipicio interno y sin fin; algo que se denomina “vacío existencial”. 



Esa es la sensación sufrida por una consciencia1 que no tiene clara su ubicación exacta en el “todo” del individuo del que hace parte. No sabe dónde reside: si en la cabeza, en la masa latiente, vertida en el envase del cuerpo o conectado a este pero flotando en un plano invisible. Según la Ciencia, todas las emociones humanas, como el amor, el odio, el miedo, la ira, la alegría y la tristeza, están controladas por el cerebro. Dado que esto es un hecho estudiado y soportado por evidencias contundentes, toda nuestra personalidad reside entonces allí, y por tanto, aquel órgano con su lenguaje de impulsos eléctricos y todo un coctel químico de neurotransmisores y receptores, nos inventa y nos crea, definiendo lo que somos y como somos. Así, la materia orgánica, frágil y con un final escrito por el apetito de las larvas, los gusanos y las moscas, concibe un ser “inmaterial” que es capaz de proyectarse por sobre el tiempo y el espacio.



Sin embargo es difícil digerir tal idea…la idea de ser sólo eso; que nuestro innato orgullo metafísico se vea delimitado al punto de una masa nerviosa, cuando tenemos miles de años de concebirnos como seres expandidos en el cosmos, casi al punto de la inmortalidad, con los ojos puestos en los cielos y elevando nuestra existencia a otro plano, que aunque invisible e intangible, creemos más absoluto que este. De esto se han encargado muy bien todos los dogmas místicos, los cuales hemos engendrado a partir de nuestros “vacíos existenciales”, nuestra ignorancia y nuestros temores, especialmente a la muerte. De esto se siguen alimentando, aún en nuestra era de robots y máquinas autónomas, y se alimentarán hasta que llegue el día en que todos los misterios sean aterrizados por explicaciones sólidas. Así nos vamos yendo hasta perder el miedo y quedar desnudos de tabús y libres de juicios sin soporte práctico, tal vez al punto de perder nuestra esencia humana o reinventarnos en otro tipo de conciencia2, como de hecho ya está sucediendo.



He llegado a pensar que nuestra consciencia, es en realidad un ser diminuto sentado en el interior de esa masa encefálica que le sirve de centro de comando. Es ese sercito inmaterial del “yo”, el que interactúa con el entorno, haciendo uso del cuerpo en el que haya despertado, y se va sumergiendo así en esta realidad a medida que experimenta el evento de la “existencia”, hasta el día en que su elaborada biomáquina deja de funcionar. Sucedido esto, toda esa estructura biológica con huesos como vigas, ligamentos como alambres, órganos como sistemas especializados, nervios como circuitos, sangre como fluido funcional y compuestos químicos como reguladores, se descompone hasta elementos fundamentales (carbono, nitrógeno, hidrógeno, oxígeno, etc.) y sabrá quién sabe quién a dónde va a parar el sercito aquel.



Hasta que la muerte nos separe, el sercito aquel que somos, controla su carnoso aparatejo, a la vez que este también lo altera y descontrola; una admirable asociación simbiótica, a veces armoniosa, y a veces caótica, entre el “yo” intangible y el cuerpo palpable. Una fusión majestuosa, a veces total, a veces parcial, entre el mundo de las ideas y el de la biología. Un matrimonio (con sus lunas de miel y sus divorcios), donde la ley del cuerpo es la de los instintos, y la de la consciencia, cualquiera que inevitablemente haya adquirido el individuo debido a la exposición a influencias de tipo social (familiares, culturales, morales o religiosas), o por elección propia, o inclusive por invención de parámetros inéditos, a veces exóticos o poco convencionales, en comparación a la conciencia colectiva que establece qué es, o qué no es lo “normal”. Como pueden ver, es más simple determinar lo que rige nuestra dimensión biológica, que precisar los múltiples efectores que nos confieren identidad, personalidad y por consiguiente individualidad. En cualquier caso, el producto final arrojado al mundo, es la suma de un cuerpo y de un “yo” intangible; eso es lo que nos encontramos realmente en el prójimo toooodos lo días, y en nosotros mismos cuando nos vemos al espejo.



Siento la solidez de mi cuerpo, y en él esparcido un ser que se define desde la subjetividad. Es más veraz la manzana del árbol cayendo, que mi propio “yo” mutable, fabricado por otros y por mí, que flota en el invisible mundo de las ideas y de las convenciones y que a veces se asoma a este mundo sólido a través de la acción corpórea. En este mismo cuerpo que tengo, podrían haber habitado mil “Kennys” distintos, si mi cerebro se hubiera desarrollado mil veces de forma diferente y si factores como mi entorno, mi alimentación, mi salud, mi contexto social y mis vivencias, hubieran sido mezcladas mil veces de forma distinta. Así, el sercito que soy, se lo debo también al azar, o a quien sea que mezcla todos los factores y decide por nosotros cómo perfilar un nuevo ser humano.


1 Me permito la invención y uso de esta palabra a falta de un término en diminutivo para la palabra “SER”.

2 Consciencia con “S” es el conocimiento de sí mismo. La consciencia define al ser. Se es consciente de sí mismo y de lo que nos rodea con base a lo que uno es. Otra definición es la que asocia la consciencia a un estado de unión con la vida universal. Es una expansión continua, igual que el universo.

3. Conciencia con “C” es el conocimiento de lo que nos rodea, con base a los órganos de los sentidos. En sentido moral, el cual se emplea aquí, conciencia es la “capacidad de distinguir entre el bien y el mal” (el Pepe Grillo de Pinocho). Así, cabe en contextos como: “tener mala conciencia”, “remordimiento de conciencia”, “no tener conciencia”, etc.

KENNY CRISTIAN DÍAZ BAYONA

kenbetel@gmail.com

EN UN PAÍS NO MUY LEJANO

Por: Ángela Rojo.
En un país no muy lejano, un hombre no muy conocido visita un café no muy famoso. Sentado en una mesa no muy cómoda, bebiendo una copa no tan buena, mirando una calle más bien lúgubre el hombre piensa de forma no muy clara y pronuncia en voz para sí no muy alta: “en un país muy lejano, un hombre harto famoso bebe un buen café mirando feliz una calle hermosa. Ese hombre me conoce, yo le doy la vida y la muerte, y a pesar de tener lo mejor, me envidia por ser su dios, su creador.” El hombre, feliz ahora por su omnipotencia, termina su copa, paga la cuenta, y mientras camina por la calle sonríe porque sabe que en su cuaderno de notas controla el destino de un hombre completamente feliz.

Por:
Daniel Arango



Cápsulas de pensamiento

·         El romántico persigue el ideal de la belleza (la verdad), porque sabe que hay una verdad.
·         El moderno persigue el ideal de la ilusión, sabe que existen los engaños y que éstos lo conducen a su deseo: la materia.
·         La mujer del romántico es inasible, casi que ni existe, se ve con los ojos del alma; la del moderno se puede tocar, por eso ella se hace sus cirugías.
·         La mujer romántica no existe, la mujer moderna es un engaño para el hombre: se percibe y se siente mujer, es decir, para ellas y ellos la mujer romántica no existe, en cambio la moderna sólo existe para ellas.

¿Quién es el Mirmecoleón?

El león-hormiga no se concibe ni a sí mismo ni en alguien, pero si se le piensa existe como símbolo.  No se concibe porque no se genera y es fruto metafísico del carnívoro león y la herbívora hormiga; de esta manera se comprende la fisionomía poética del león-hormiga, quién en su primera corporeidad bosteza, duerme y ruge como su padre y en la segunda labora como su madre.  Las preguntas sugerentes y subsiguientes a la esencia del híbrido pueden entrañar algo de bizarro o de un coloquialismo grosero, tales como: ¿a cuál mitad corresponde el estómago? Su muerte por inanición, debida a su incapacidad de digerir la carne o las hierbas, da una evidencia de que éste no tiene barriga; se ha experimentado en numerosas ocasiones, incluso de relaciones maritales, que es más consecuente y por lo tanto un trabajo más simple el unificar una idea polarizada de lo mismo acerca de una especificidad que unificar dos contradichos estomacales, por la sencilla razón gastronómica de que, así como el limón corta a la leche, hierba mala raja carne o carne rancia pudre hierba; independientemente de cuál razón impere, lo inevitable es la desacralización de la cagada, sea ya por desfloración del intestino, ya porque éste se rompió.  Alejándose un tanto del ser fantástico y entrando en el terreno de lo humano, se hace una inquisición correspondiente a la naturaleza del artista: bien es sabido que al momento del ritual lo precede la imperiosa y prístina necesidad del encuentro, y a tal motivo es al que se sacraliza, así, la primera letra escrita por el infante le representa un gran avance en su crecimiento, luego su ritual es la escritura, luego el pensamiento y finalmente los aprehende e incorpora a su desarrollo vital; de igual modo opera la desacralización de su necesidad fisiológica, culmina en diarrea:  cada ciertos minutos su cuerpo se devora y se expulsa, igual al artista, al que busca lo bello; por ello es recurrente el decir que todo artista se conoce en su letrina.

Ilustración por: Diego Vélez

Inventabilidad: Las Artimañas de la elisión verbal. Elisión 1

Ahí arribita, mijo, trastornando a la casa, queda el ventiadero, sí, también es una venta de mecato y golosinas, pasabocas le dicen otros, chucherías, yo.  “El ventorrillo”, como le puse, está al pie, ahí juntito, de la carretera por donde pasan los camiones, enormes, esos que lo despiertan y asustan por la noche con sus estruendos y bocanadas de humo; los que serían ballenas, como dice, si viviéramos en un mar de humo; pero como vivimos en tierra de humo, son elefantes que ya no saben reír porque tienen los pulmones carbonizados; elefantes montañeros, como dice.  Ahí arribita en “el ventorrillo”, llegan los camioneros (otro tipo de elefantes, piensa uno siguiéndole la corriente) y piden comida…Mijo, venga subamos para que vea, venga lo cargo no se vaya a caer y me gano un madrazo, venga le muestro “el ventorrillo”, allá está Dani, su hermano mayor, pero no es tan mayor y el dice que está viejo, ni siquiera tiene barba; la otra vez me preguntó si yo sabía qué era lo inventable, ay mijito, que por qué (y pensé si no era culpa del televisor que anda diciendo tanta carajada y maleducando a los niños… pero su mamá dice que ahí tienen, ese aparato, para entretenerse y reírse todo el día; y ella puede hacer el destino), que porque eso dice, dice dónde, ahí, vea.  Entonces leí, pero no: no mijo, ahí dice i-ne-vi-ta-ble, pero me contestó; no mijo, lea bien, vea: las i-ne-vi-ta-bles necesidades de las estrellas… ¡usted qué hace leyendo esas chucherías…! Mejor vístase que nos vamos para el ventorrillo y déjese de pendejadas.  Así le dije al muy imberbe.  Venga pues, subamos, yo lo cargo, allá está Dani; para que jueguen un rato y se destete de esa televisión.


¿Quién es Arimaspo?

Monóculo Arimaspo no existe pero la necesidad de precisarlo se hace por conveniencia.  Cada mañana urde diferentes tramas para capturar el oro que hay en el jardín de don Grifo, le parece injusto tanto oro en un lado del solar y que en el suyo haya un pelado lleno de arena y cemento.  Mueve entonces la pestaña y se ondea ésta con ternura a cualquier movimiento del párpado.  Hay quienes dicen que nunca llora, sólo de niño una vez lo hizo, sin embargo quienes lo presenciaron no pudieron definir, o no se percataron, por cual lado del ojo salían sus lágrimas.  A partir de esta cuestión algunos afirman que Arimaspo ve la realidad corrida hacia la derecha, es decir, hacia la derecha de él; entonces es porque llora por el lado izquierdo del ojo, sin embargo otros afirman lo contrario, que sus lágrimas son diestras.  En su pedazo de solar, Arimaspo suele hacerse por las tardes, saca su escritorio y dibuja inverosímiles piezas de perspectiva.  Pero no acucia esto principalmente a tal.  Su pensar acude constantemente a la estratagema precisa para capturar el oro que hay en el otro pedazo del solar.  Debe saltar la cerca sin hacer ningún tipo de ruido, luego debe buscarlo, es obvio que el oro no está asoleándose, ni mucho menos exhibiéndose para que cualquiera lo vea. No.  El tesoro en algún lugar del jardín está, y Arimaspo sabe de tal porque a don Grifo, entre charla y charla, se le han escapado ciertos comentarios, ciertos gestos, que lo develan.  Pero acaso es don Grifo tan tonto como para ponerse en evidencia frente a su vecino monóculo.  Sí, Monóculo Arimaspo tiene un único ojo, pero en lo demás es hombre, piensa don Grifo, hay que mantenerle una ilusión, aunque esta sea vacía.  Aunque aquí no halla oro, él debe creer tal cosa.  Su búsqueda lo ha topado con enormes misterios, pero está enceguecido, ha visto preciosas joyas, valiosos monumentos, espectaculares artefactos, todo esto enterrado en el solar de don Grifo.  Arimaspo tantea el terreno y al tiempo trata de descifrar el enigma de esta frase, tan cotidiana en su época: no todo lo que brilla es oro, aunque caiga en ojo tuerto.

26 de febrero de 2012

- Fabulosas Correspondencias -


Querida ave, me ha sido imposible aventajarla en su vuelo, a pesar de sus clases teóricas acerca de cómo despegar las patas de la tierra manteniendo la boca a la altura de las hierbas, sigo atado a los senderos maltrechos en los que siempre me he desperdigado.  Deseo y he intentado navegar por los cielos de este pensamiento divino, de esta creación magnífica que a veces siento sacada de un cuento ficcional e inverosímil.  Pero no me es dado reconocerme como una falacia, pues día a día me siento real, casi una verdad.  Ya verás los diferentes métodos y máquinas ingeniadas por mí para alzar vuelo; antes debo confesarle lo difícil de mantenerse en pie cuando uno desea abrir las alas de la cabeza, pero cómo surcar el viento cuando a duras penas se puede patalear.  Señora ave, vea a mis intenciones de aprender de usted como una loa a su inmensurable locuacidad, a su inenarrable carcajada y a sus destellos de ingenio en momentos de oscuridad.  Ya no soy chico, un polluelo diría usted.  Han crecido mis pensamientos y con ellos mis intenciones.  Mi mente se ha abierto, sus alas también, no sus piernas.  Véame pues, ave: primero me tiré de varios árboles de diferentes alturas con un planeador sobre mi cabeza; también me arrojé al vacío desde ese peñasco donde la otra noche miramos la luna, armé cuatro hélices y las instalé en mis extremidades.  Soñé que volaba.  Pero lo más parecido fue cuando nadé en el lago la otra noche, después de que charlamos un par de horas, ese sí fue un viaje.  Luego le susurré que usted era una volada, porque así como es, tremendos viajes se ha hecho; tremendos paseos los que me ha contado.  Como el del cementerio indígena, o el de los dos fantasmas filósofos texanos que discutían sobre la sustancia y lo etéreo; o aquella ocasión que me habló de esos homúnculos gaseosos que se abatían por una lámpara de cobre.  Debo reconocer que es un ejemplo para mí, no olvidaré esa noche cuando entramos en la casa abandonada y de repente usted se paró en frente mío.  Vi la luz de la luna que entraba por la ventana y reposaba en su silueta; usted parada en una pata sostenía su enorme cuerpo lleno de grasa y plumas, la otra pata sostenía el pucho, que de a pocos llevaba a su pico.  Me quedo con esa imagen suya, en la penumbra la observaba volar, su silueta enmarcada en la ventana es mi mejor recuerdo de todos sus vuelos.  Es más, aún recuerdo sus palabras, aquellas que reiteraba cuando alejaba el pucho de su pico, aquellas que aún responden a todas mis preguntas metafísicas y existenciales: aquel viejo lo dijo, solo soy cuando nada soy.

3 de enero de 2012

El Ratón de la Biblioteca



El ratón de la biblioteca roe algunos libros.  Es meticuloso en esa labor.  Elige ciertas páginas haciendo un cálculo con el grosor del libro.  Después de roídas deposita los restos en otras páginas, cierra el tomo y continúa.  También viaja por el alcantarillado, en ocasiones asoma su hocico por las rendijas, huele a diestra y siniestra y se esconde; luego sube hasta el techo moviendo con velocidad sus patas y pisando fuerte, y vuelve y se asoma , emite un sonido leve y se dirige hacia otra esquina repitiendo su maniobra.  Intenta crear una atmósfera típica de biblioteca.  Solo logra la atmósfera de su biblioteca a la cual el lector se ha acostumbrado.  El ratón de la biblioteca viaja por el acueducto, carga bajo su lengua algunas sobras y residuos de las páginas roídas; las cuales suelta cuando está cerca al grifo, de este modo asegura una tos interesante para el lector sediento.  Al lector asiduo lo ceba, al voraz lo atosiga, al lector escritor le escupe sobre su esfero para que al momento en que lleve sus dedos a la boca, después de haber escrito, saboree el veneno de la literatura.  Al lector de vanguardia se la camufla bajo su mano para que lo tome y cuando menos atento esté pueda morderle su muñeca.  La tos es muy importante para el ratón de la biblioteca, siempre se asegura de que los visitantes se lleven un recuerdo del que no puedan deshacerse jamás.  Es esmerado en su labor.  Nunca vacila ni cavila más de lo justo.  Besa a las mujeres brindando su aliento de alcantarilla y a los hombres acaricia con sus uñas mugrosas de tinta y polvo.

Entrevistas Singulares: - El Ratón de la Biblioteca -

Reportero pensante de alguna manera ha logrado comunicación con el ratón de la biblioteca y éste le ha comunicado algo acerca de él.  Leamos:

Soy el ratón de la biblioteca.  Inverosímil y taciturno, casi ni existo.  Rondo por el jardín de las palabras y siempre florezco igual.  Toco las manos de las mujeres y esquivo la mirada férrea de algunos hombres.  Viajo por la corriente eléctrica en ocasiones y en otras por el alcantarillado, el que está al lado de la estantería.  Es chistoso, todo es chistoso en este lugar, me creen un ratón y por eso lo soy, pero no, solo soy un ratón para el ratón porque sabe dónde me escondo y ni siquiera mete las narices en mis rincones.  Esos ratones no tienen hocico, caminan tambaleados como un pez revolcándose en la arena y a pesar de tener poco pelo se despeinan fácilmente.  Llegué acá caminando, pero no tambaleado, porque iba para mi hábitat, mi nicho como se dice, mi cloaca como digo.  No me alimento de frutas o pepas.  Solo sopa para mí, sopa de olor a rincón.  No, la sopa de letras alimenta mi inteligencia y a pesar de esto no he demostrado capacidades de intelecto.  Árbol que nace torcido no se endereza.  Así es mi mente: torcida porque se me acercan y en cuestión de segundos los atiendo y despacho.  Esto no es para cualquiera, primero aguantan al ratón de la biblioteca, les digo.  Claro, los que me soportan son los ratones y comprenden mi esencia.  Están torcidos como yo.  Mi mente y mi esencia vienen a ser lo mismo, porque la una es con la otra.  Extraño caso soy.  Una vez toqué la nariz de una dama y ella se me acercó más, la lamí entonces.  Sentí sus bigotes nacientes y ella mi frío.  Eso fue excitante para los dos, en especial cuando después de dos semanas de visitas continuas y acercamientos afectuosos ella comenzó a toser como una tísica inveterada.  Ah, bella sí se veía: más se acercaba y más la enamoraba.  Esa tos era de otro mundo, no podía ser real, era una ficción por lo menos, se me asemejaba al ladrido de un león cuando baja por un peñasco hacia la rivera en busca de sus crías.  Era fantástica su forma de toser: en el primer intento la buscaba, en el segundo conservaba la esperanza, ya en el tercero si no se desvanecía su ilusión se desgarraba, como si rasgase su lengua, como si un pichón rejurgitara el alimento para sus crías.  Siempre la observaba, en su momento de angustia, cuando ya era presa de lo que producen mis besos monstruosos trataba de entenderla; aunque lo entendía todo perfectamente prefería hacerme el ingenuo e intentar todo desde el principio.  No es una técnica, no es una artimaña de conquista, solo soy el ratón de la biblioteca.  Ella me buscó y como la encontré dispuesta a todo ahora parece una vaca marina inventando una nueva telepatía.  Es simpático verla pasar unas cuantas horas deletreando palabra por palabra las páginas de un libro, mueve la boca suavemente como una niña que aprende a hablar y de pronto hace un gesto endemoniado, vituperioso y suelta una bocanada de sonidos semejantes a la risa de un payaso afónico y ebrio, y luego como el rompimiento de un bejuco reciamente chamuscado.  Siento que me enamoro pero la dama es joven y en otro rincón hay un anciano.  El sí que sabe.  Incluso he llegado a imaginar que sus respiraciones profundas son consecuencia del traquear de sus huesos, no, más bien su resquebrajar; es interesante verlo derrumbarse.  Pero más llamativo es cuando él tose: como si cogiese con sus dos manos una biblia y con toda su fuerza rasgase todas las delicadas hojas de un único tirón.  Yo no toso porque pierdo la gracia, y no es que me aguante la necesidad de hacerlo.  Simplemente no nací para que seres como yo, ratones de la biblioteca, se enamoraran de mí; por el contrario soy yo quien me enamoro del ratón para el que soy ratón.
Al fin de cuentas estas comparaciones lo pueden aburrir, señor reportero, pero como soy lo que soy para el ratón y lo que nos diferencia es la tos, me parece pertinente comparar porque así me distingo y puede saber desde dónde le hablo.  La tos es bella porque hay un corte de respiración y nos acerca al inicio del final.  Después de ella todo inicia.  Como dicen: discúlpeme, ejem.  Como le venía diciendo… Así es, la tos inicia lo que ya había empezado, como un renacer o un resucitar.  Por eso hago lo que hago.  Beso al que se deje, si usted me permite… bromeo, es su decisión.  Sus labios, creo conocerlos.  Pero sin abandonar el tema concluyo: amo lo que hago porque hago lo inevitable.  Asústese cuando deje de toser.